Jorge Alcázar González
Frente Cívico Somos Mayoría / Colectivo Prometeo
En 1938, León Trotsky escribe “El programa de Transición”, documento
que servirá de guía para cimentar los preceptos sobre los cuales ha de
asentarse la Cuarta Internacional Socialista. Hoy, casi 80 años después,
la vigencia de las palabras del gigante ruso asombra por su
clarividencia y actualidad; y estas, pueden servir de guía para los
retos presentes y futuros que se plantean a la clase trabajadora.
Para Trotsky, se hacía necesaria la construcción de un programa
alternativo a los dos planteamientos que la socialdemocracia clásica
había confeccionado: el programa de mínimos y el programa de máximos. El primero se “limitaba a reformas en el marco de la sociedad burguesa”, mientras que el segundo “prometía la sustitución del capitalismo por el socialismo en un futuro indeterminado”.
Durante las últimas décadas, el ala izquierda de la política española y
por ampliación europea, ha prescindido totalmente del segundo de los
programas, anclándose en la defensa de los postulados del primero e,
incluso, renunciando a éstos, como el caso de la socialdemocracia
europea moderna ha venido a mostrar. Muchos han sido los ejemplos que
desde tiempo ha han enseñado como las fuerzas políticas llamadas a ser
la vanguardia de la clase trabajadora hicieron dejación de funciones y
sometieron su política y compromiso a una clase capitalista que, de una
forma u otra, vencía implacablemente los clásicos planteamientos de la
izquierda. El abandono en septiembre de 1979 de las tesis marxistas por
parte del PSOE, liderado por Felipe González; la corriente del
eurocomunismo que asoló a gran parte de los partidos comunistas de la
Europa occidental, incluido España con Carrillo a la cabeza; o la
disolución en 1991 del PCI, tras la caída del muro de Berlín, son
algunos de los ejemplos que la historia reciente nos brinda y que vienen
a testimoniar la tendente inclinación en momentos decisivos y convulsos
de los líderes de la vanguardia de la clase trabajadora. Incluso dentro
de las corrientes actuales y de los partidos políticos situados en una
posición relativamente más cercana a la izquierda, el vértigo
revolucionario de los cuadros dirigentes es manifiesto y patente, como
enseñan las controversias surgidas en diferentes escenarios propiciados
por acuerdos de gobierno con la socialdemocracia o con la derecha (véase
los pactos de gobierno en Andalucía o en Extremadura). En este punto,
conviene señalar que las causas del vértigo anteriormente aludido son
variadas, pero comparten una razón común: la falta de fortaleza teórica y
rigor práctico de los cuadros. No es objeto de este escrito describir
con detalle las anteriores, pero se hace necesario una reflexión al
respecto, pues el quehacer de los líderes de la izquierda tradicional ha
propiciado, entre otros males, la desorientación y falta de formación
de la clase trabajadora. Podemos decir, sin temor a equivocarnos, que
aquellas fuerzas dentro de la izquierda europea que ejercían con
vocación de gobierno, renunciaron al “programa máximo” e incluso
minimizaron el mínimo, pues, citando a Trotsky “…la socialdemocracia no necesita tal puente, ya que la palabra socialismo le sirve sólo para las arengas domingueras”.
Los acontecimientos surgidos en los últimos años hacen más necesario
que nunca una revisión de las formas políticas, teóricas y prácticas,
con las que la vanguardia de la clase trabajadora, entendida ésta como
estructura organizativa de lucha, debe afrontar los retos del presente y
del futuro. Día a día, escenario a escenario, estado a estado, el
capitalismo y el hijo nacido de éste, el neoliberalismo, destruye
derechos y libertades, asola sociedades, derrocha recursos, empobrece a
la multitud y enriquece al rico. Como una bestia que se quiere cobrar su
recompensa, en el breve lapso de tiempo de apenas dos décadas, la faz
de los países europeos ha sido transformada dando lugar a una masa
ingente de desempleados crónicos, desigualdades extremas, desaparición
de derechos laborales y sindicales, etc., a la par que la maquinaria
diseñada por el capital es alimentada cada vez más vorazmente con las
carnes y los huesos de la clase trabajadora. Citando de nuevo a Trotsky,
“la burguesía retoma cada vez con la mano derecha el doble de lo que
ha dado con la izquierda (impuestos, derechos aduaneros, inflación,
deflación, carestía de la vida, paro, reglamentación política de las
huelgas, etc.)”
Para el revolucionario ruso, la solución al problema pasaba por la implantación de un programa de transición.
Un puente entre el programa de mínimos y el de máximos que, defendiendo
infatigablemente los derechos democráticos y las conquistas sociales,
plantease un sistema de reivindicaciones transitorias, cuya esencia se
encierra en el hecho de que se orientarán cada vez más abierta y
decisivamente contra las bases mismas del régimen capitalista.
Desde el contexto histórico que nos contempla, la lectura anterior es perfectamente aplicable y vigente. La
alternativa política que hoy la izquierda debe diseñar ha de pasar por
la construcción de un programa de transición cuya tarea consista en la
movilización sistemática de la ciudadanía que derive en la conquista del
poder por la clase trabajadora. ¿Y cuáles son los ejes
motrices de esta movilización ciudadana? A diferencia de entonces, los
postulados de partida de la clase trabajadora hoy tienen una dimensión
teórica mucho más tangible que entonces. Nuestras leyes, a base del
continuo vaivén de las fuerzas dinámicas que mueven las palancas de la
historia, facilitan el camino de la movilización de las masas. La
Constitución Española (al igual que la inmensa mayoría de constituciones
europeas) y la DDHH salvaguardan y protegen, en el contexto del papel,
derechos y reivindicaciones otrora revolucionarios. Éstas han de ser entendidas no como un estadio final, si no como una herramienta estratégica de lucha hacia el objetivo final.
El derecho al empleo, a la vivienda, a la Sanidad y la Educación, a la
libertad de asociación e incluso a la rebelión, son palancas de cambio
que han de funcionar bajo el paraguas del nuevo Programa de Transición
que la vanguardia política de la clase trabajadora debe hacer funcionar.
Este programa ha sido ya puesto en práctica en fase experimental y de
forma conjunta por todos aquellos movimientos que formaron las Marchas
de la Dignidad 22 M. Nuestra tarea consiste hoy en trasladar a
la ciudadanía que esos mismos derechos incluidos en las cartas magnas,
son violados sistemáticamente porque el propio sistema capitalista es
incapaz de asumirlos. Es nuestro deber, obligación y camino
mostrar a las sociedades europeas la confrontación directa, en términos
dialécticos, existente entre lo que ha venido a llamarse Constitución
“formal” y Constitución “material”. Nuestras exigencias, contempladas y
adoptadas en su día de común acuerdo con las clases privilegiadas, son
las propias contradicciones del sistema en que vivimos. Serán los
elementos estratégicos que permitan la conquista de dos escenarios
materiales y en orden temporal -la confluencia de las vanguardias
sociales y políticas y la mayoría social y ciudadana-, y que
posibilitarán, en última instancia, el objetivo final: la conquista del
poder por el pueblo.
El Programa de Transición debe rotar sobre los siguientes argumentos:
1.- Empleo y condiciones decentes de vida para todos.
Guerra sin cuartel a las clases privilegiadas que, en connivencia con
sus agentes políticos (reformistas, democristianos y socialdemócratas) y
a través de políticas neoliberales, intentan hacer caer sobre las
espaldas de la clase trabajadora todo el peso de las crisis, el
militarismo, la desorganización del sistema monetario y todos los demás
males derivados del sistema capitalista. Retomando a Trotsky, “… el derecho al empleo es el único derecho serio dejado a los trabajadores en una sociedad basada en la explotación”.
Hay que renunciar tajantemente a las políticas de subvención, subsidio y
perpetuación de la pobreza en forma de prestaciones asistenciales por
desempleo. Hemos de levantar contra el desempleo, tanto estructural como
coyuntural, junto con la consigna de empleos públicos, la de la
reducción de la jornada laboral. Hoy más que nunca, las clases
privilegiadas aumentan bochornosamente sus riquezas. Cada vez, los
productos de lujo y superlujo llenan de oprobio nuestras vidas,
colisionando frontalmente con las necesidades al mismo tiempo más
perentorias y dramáticas de millones de seres humanos. Exigimos empleo,
decencia y dignidad. Los pequeños propietarios son arrastrados cada vez a
mayor ritmo al saco de la pobreza, constituyéndose en clase oprimida,
al igual que el resto de asalariados, y todo ello propiciado por un
modelo económico que genera una dependencia casi esclavista de los
primeros para con los grandes grupos empresariales y financieros. Hemos
se enseñar y mostrar el futuro de estas clases medias y su condición de
clase trabajadora. La cuestión no está en una colisión “normal” entre
intereses opuestos; la cuestión está en preservar a la clase
trabajadora del deterioro, la desmoralización y la ruina. Se trata de
una cuestión de vida o muerte para la única clase creadora y progresiva,
y, por ello, garante del futuro de la humanidad. Alegarán las
clases poseedoras, a través de sus economistas, abogados, periodistas y
políticos profesionales lo irrealizable de estas medidas, mas lo “realizable” o “irrealizable” es, en este caso, una cuestión de relación de fuerzas que sólo la lucha puede resolver.
Nuestras reivindicaciones deben incidir sobre la desaparición radical
de esas bolsas de desempleo crónicas asentadas en las sociedades
europeas (14 % en España, 20 % en Grecia o más del 5 % de la media
europea, en términos de población activa) que han consolidado una red de
pobreza crónica que irá más allá de las generaciones presentes. De
igual forma, nuestra lucha sin tregua contra la nueva forma de empleo
que se impone a los trabajadores europeos en forma de lo que la
oficialidad ha venido a llamar subempleo, y que no es más que una
consecuencia lógica e inmediata de las políticas laborales en materia
regulatoria. En el otro lado, el aumento en más de un 15 % de la riqueza
de los grandes patrimonios españoles, o el aumento exponencial, en
términos netos, de las grandes fortunas mundiales.
2.- Educación, Sanidad y Servicios Sociales. En su
afán por capitalizar derechos y ante la impasibilidad de las sociedades
europeas, las viejas clases privilegiadas han lanzado una ofensiva sin
precedentes contra las conquistas sociales de otros tiempos. Hoy,
conscientes de que la correlación de fuerzas ha cambiado, se apresuran
en recuperar lo que entienden suyo. Los servicios públicos de salud o
educación van siendo cercenados progresivamente, llegándose al extremo
de que en muchos lugares de Europa, prácticamente son inexistentes. Las
vanguardias trabajadoras creadas alrededor de las demandas en este
sentido deben, en el período inmediato, consolidarse como instrumento de
lucha. Las mareas ciudadanas en todas sus variantes hoy son el embrión
de los consejos populares en los que la clase trabajadora construya la
lucha del mañana, y deben aspirar a la materialización de la
organización de los trabajadores. Por ello, el papel de las fuerzas
políticas de la izquierda real siempre debe jugar del lado de estas
reivindicaciones y acciones. Los partidos que hoy aspiren a construir y
tomar el poder popular deben, innegociablemente, hacer una lucha real y
honesta en este sentido.
3.- Contra la corrupción. A la par que la
correlación de fuerzas va cambiando, las clases privilegiadas se sirven
de este hecho para hundir sus tentáculos en todos los órganos e
instituciones de control. Es en ese momento cuando se hace manifiesto
que las leyes y normas que han servido en un momento determinado, dejan
de funcionar, en primera instancia de forma velada, para posteriormente
hacerlo a pecho descubierto. La corrupción es una condición necesaria
del capitalismo, pues los principios de legalidad vigentes en un
contexto artificial de entente entre clases sólo tienen rango de
aplicación y validez en la medida en que éstos pueden ser defendidos.
Cuando el propio estado a través de sus mecanismos oficiales y en aras
de los intereses de las clases dominantes moldea leyes, destruye
derechos e impone restricciones a una mayoría, aquellos que se
encuentran en el otro lado de la plaza comienzan a jugar su particular
juego. En éste todo vale, pues los mecanismos del Estado están a su
favor. Leyes, tribunales, medios de comunicación, forman parte
de un todo cuya única directriz obedece a la de preservar los
privilegios de una clase decadente y mezquina. Mas si la
correlación de fuerzas no varía, los niveles de corrupción van en
aumento, corriendo el riesgo de que las propias clases sociales fuera de
los privilegiados tiendan a resignarse e interiorizar esta misma
corrupción como un mal necesario. Es en ese sentido que las fuerzas
dominantes intentan imbuir el estado de ánimo necesario en la población
para que esta amanse sus ansías de justicia y aparque la reivindicación y
la lucha por lo justo y necesario para ella como clase. De aquí vienen
los mensajes de nuestros gobernantes sobre el fraude fiscal o el
incumplimiento de normas constitucionales. Ante una imposibilidad
material, según ellos, es necesario e incluso conveniente mirar hacia
otro lado mientras las tropelías, corruptelas e ilegalidades tienen
lugar. Por el contrario, al pueblo llano se le exige un nivel cada vez
mayor de cinismo, pues a la par que bebe de aquellas aguas fecales, es
castigado arbitraria y desproporcionadamente cuando lucha por sus
derechos.
4.- Las Marchas de la Dignidad 22M y las Mareas Ciudadanas.
La sola presencia de un o unos partidos políticos que luchen por el
cambio no es suficiente hoy día para que éste sea plausible. Se
necesitan unos agentes externos pero relacionados con éstos cuya labor
primordial es la de construir la organización y la lucha ciudadana. Un partido político o una coalición de éstos que llegue al poder para compartirlo con el pueblo debe estar aupado por éste. Pero para ello, debe existir un período previo en el cual se construyan los espacios de decisión popular. Es necesario crear organizaciones ad hoc que abarquen a la ciudadanía en lucha en su conjunto y que finalmente deriven en consejos populares.
Hoy, el camino iniciado por las diferentes mareas ha señalado la
dirección a seguir. En un nuevo impulso, el movimiento surgido en torno a
las Marchas de la Dignidad es un intento real de consolidar estos
órganos de asociación, organización y lucha. A la par que los partidos
políticos revolucionarios deben alcanzar su madurez como fuerzas de
cambio, la confección y consolidación de estos espacios ciudadanos es
tarea primordial para la madurez del sujeto político que aúpe a las
fuerzas políticas necesarias al poder.
5.- Las experiencias de autogestión. Como elementos
de lucha, las experiencias de autogestión no sólo deben apoyarse, si no
que deben ser propiciadas por los agentes políticos de cambio. El
control de la gestión por colectivos ciudadanos, la capacidad de
consenso, decisión y acción conjunta por partes de capas de la sociedad
inmovilizadas y resignadas, debe suponer una conquista fundamental para
el logro de nuestro objetivos. Experiencias como el Rey
Heredia, La Corrala Utopía, el barrio de Gamonal, o muchos más que en
los últimos tiempos han tenido lugar en España, no deben parecernos
elementos aislados o espontáneos de lucha. Se debe diseñar en este
sentido una estrategia y planificación para llevar a barrios y ciudades
lugares en los que la autogestión acerque el pueblo al pueblo,
estrechando lazos de fraternidad y compromiso de clase.
6.- Expropiación de empresas estratégicas. Nuestro
programa debe pasar ineludiblemente por la expropiación forzosa de todas
aquellas ramas industriales estratégicas que hoy sirven como
herramienta de enriquecimiento de unos pocos y empobrecimiento de la
mayoría social. Telecomunicaciones, Transportes, Alimentación o Energía son sectores cuyo control ha de volver al pueblo.
Ahora bien, la nacionalización así entendida, no debe caer en trampas
tales como indemnizaciones o cantos de sirena lanzados desde los
soportes políticos y mediáticos de las clases privilegiadas.
Sencillamente, reclamamos lo que es nuestro y es necesario para
nuestra supervivencia como clase trabajadora, y que ha sido hurtado a
través de privatizaciones sistemáticas en condiciones ventajosas para
los privilegiados y sus secuaces.
7.- Expropiación de la banca privada y estatización del sistema de créditos.
Los bancos concentran en sus manos el dominio real de la economía. Sin
ésta, los derechos, las leyes e incluso las dignidades son papel mojado.
En su estructura, los bancos expresan de forma concentrada la
estructura completa del capital moderno: combinan tendencias de
monopolio con tendencias de anarquía. Organizan los milagros
tecnológicos, empresas gigantes, trusts poderosos; y organizan también las crisis y el desempleo. Sólo
la expropiación de la banca privada y la concentración de todo el
sistema de crédito en manos del Estado proporcionará a este último los
medios necesarios reales, es decir, materiales, para la planificación
económica. Mas la expropiación de los bancos no implicará en modo alguno
la expropiación de las cuentas bancarias. Sólo así el estado podrá
configurar una red de créditos en condiciones ventajosas para el pequeño
comercio y las pequeñas empresas y, en definitiva, unas mejores
condiciones materiales para el desarrollo de la clase trabajadora.
La participación estricta en este programa debe ser de obligado
cumplimiento para todas aquellas fuerzas políticas, del lado de la clase
trabajadora, que pretendan liderar el cambio de rumbo que nuestras
sociedades reclaman. La posesión de una visión clara, casi ascética del
mismo, una convicción férrea en aquello que perseguimos; elementos éstos
que no propicien concesiones al enemigo; es ahí donde hoy reside
nuestra fuerza. Se ha de alertar de la flaqueza ideológica de los
cuadros dirigentes de los partidos que trabajen por el cambio de
sociedad. Por unos intereses u otros, estas vanguardias pueden, como la
historia ha demostrado, plegarse al poder de las clases privilegiadas,
haciendo un daño irreparable a los intereses de la clase trabajadora.
Por ello, la militancia debe hacer una vigilancia estrecha de las
decisiones y acuerdos de estos cuadros, a fin de corregir las posibles y
probables desviaciones derivadas del comportamiento de unas élites cuya
talla no siempre estará en consonancia con los acontecimientos
históricos.
Nuestra decisión y vocación es férrea. Nuestro objetivo: conquistar el poder popular.
León Trotsky redacta el Programa de Transición como un programa para la toma del poder del proleteriado, expropiando al capital, creando soviets y milicias obreras. El Programa de Transición plantea el control obrero de la produción y de la banca. El FC propone el control "ciudadano" es decir que el capitalismo seguirá al mando. El Frente Cívico que propone crear un "poder popular" es decir no expropiar al capitalismo ni tirar abajo su estado con todas sus instituciones. Frente Cívico postula un programa para gestionar la crisis del capitalismo, para sostener a un capitalismo en derrumbe no para tirarlo abajo.
ResponderEliminarEl programa que propone el Frente Cívico no es nuevo ya ha sido propuesto por diversas organizaciones y partidos con el mismo resultado atar a las clases trabajadoras al carro de la burgesía y llevarlas a la derrota.
La tarea del momento es organizar a los trabajadores independientemente de la burguesía con sus propio programa por el triunfo de sus luchas y por su propio gobierno.