Rebelión
Inspector de Trabajo y Seguridad Social, Doctor en Derecho y
activista incansable por los derechos sociales, Héctor Illueca ha
desarrollado en estos últimos tiempos una intensa actividad orientada a
la presentación y consolidación del Frente Cívico Somos Mayoría. Es
autor de numerosos artículos y libros y prologuista de un libro
imprescindible: Manuel Monereo y Enric Llopis, Por Europa y contra el sistema euro, Barcelona, El Viejo Topo. En su texto de presentación –“El regreso del Estado”- se centra nuestra conversación.
***
Te pregunto por tu prólogo, por tu magnífico prólogo al libro de conversaciones entre Enric Llopis y Manuel Monereo –Por Europa y contra el sistema euro- que ha publicado El Viejo Topo. Su título: “El regreso del Estado.” ¿El Estado tiene que regresar? ¿Es bueno que regrese?
Veamos. En mi opinión, la principal victoria ideológica obtenida por el neoliberalismo fue instalar en la sociedad la convicción de que el Estado y la esfera pública constituyen una fuente de ineficiencia y corrupción, mientras el mercado y el sector privado se presentan como el súmmum de la racionalidad económica. Este argumento ha sido utilizado para arremeter contra el Estado y justificar todo tipo de privatizaciones, desregulaciones y liberalizaciones, con las consecuencias que ya conocemos. Indudablemente, había mucha retórica en este mensaje, que apenas podía ocultar la intervención selectiva del Estado para propiciar una gigantesca redistribución de la riqueza en detrimento de las clases populares y trabajadoras. Pero desde el punto de vista ideológico, la satanización del Estado y la diatriba permanente contra el sector público constituyen un aspecto nuclear del proyecto neoliberal y un factor explicativo de su predominio cultural.
En este contexto, hablar del “regreso del Estado” significa constatar que el neoliberalismo ha provocado una grave dislocación social y ha multiplicado las demandas populares, reclamando la intervención urgente del Estado para atender necesidades impostergables en casi todos los ámbitos: la nacionalización de la banca y la creación de una banca pública; una política de inversiones públicas para diversificar y renovar nuestra capacidad productiva; una reforma fiscal progresiva que permita la expansión del gasto público en sanidad, educación y otros servicios sociales; el reparto del empleo para combatir el paro; el incremento del SMI o la implantación de una renta básica para compensar las brutales desigualdades que nos ha dejado el neoliberalismo. En definitiva, se trata de iniciar una trayectoria de crecimiento diferente caracterizada por la intervención pública en la economía, la colaboración de un sistema bancario público y el respeto al principio de sostenibilidad ecológica. A eso me refiero cuando hablo del “regreso del Estado”.
Abres con una cita del Machado de Juan de Mairena, la de los ojos abiertos. Con tus ojos más abiertos y en diez líneas como máximo, ¿cómo ves la situación en esta Europa neoliberal?
Con una mezcla de esperanza y de preocupación. La construcción del mercado único ha provocado una guerra comercial que ha devastado las economías de los países periféricos, provocando la mercantilización acelerada de todas las esferas de la vida social. Estamos ante una catástrofe social que ha desgarrado el continente europeo, engendrando un doble movimiento de respuesta para resistir los efectos del mercado autorregulado: por una parte, el avance de la izquierda y de los movimientos sociales en países como Grecia o España, que supone un motivo de ilusión y de esperanza para muchísima gente; por otra, el ascenso de la extrema derecha en países como Francia, que debe contemplarse con preocupación. Lo importante es comprender que constituyen dos caras de un mismo proceso: la respuesta de la sociedad para resistir los efectos más nocivos del mercado único autorregulado, en un contexto de profunda crisis de legitimidad de los partidos y del sistema político en su conjunto.
Señalas en el primer punto de tu presentación que las tesis de Milton Friedman son el referente más importante de la teoría política monetarista, que a su vez orienta e inspira la política económica adoptada en muchos países del mundo y especialmente en la UE. ¿Es así? ¿Friedman, hablas también de Hayek, es un referente de la actual política económica europea? ¿Hay consistencia en su tesis (aparente o real) de separación absoluta de la política y de la economía?
Milton Friedman y Friedrich Hayek son, junto a Robert Nozick, los principales exponentes del pensamiento neoliberal. Más allá de las diferencias que existen entre ellos, les une su compromiso con un mercado libre de interferencias estatales que se aproxime lo más posible al “laissez-faire” de Adam Smith. En realidad, se trata del viejo capitalismo despojado del ropaje keynesiano, que pretende erradicar cualquier atisbo de intervencionismo y entregarse abiertamente al proyecto liberal de un mercado autorregulador. Pues bien, eso es la Unión Europea: un marco político que reduce a la mínima expresión la gestión de la economía a través de las políticas macroeconómicas y despoja a la soberanía popular del control sobre la economía. La desaparición de las monedas nacionales, la creación de un Banco Central Europeo independiente y la disciplina fiscal establecida en el Tratado de Maastricht definieron un espacio económico a salvo de interferencias políticas y una institucionalidad amarrada a un capitalismo desbocado. Cuando hablo de “interferencias” políticas me refiero, obviamente, a “interferencias” democráticas. En el contexto europeo, el verdadero dilema no se plantea entre el mercado y el Estado, sino entre el mercado y la democracia. La democracia es el auténtico objetivo del ataque neoliberal contra el Estado que ha supuesto el proceso de construcción europea.
Por cierto, ¿de qué deberíamos hablar? ¿De Europa o de la Unión Europea?
Hay un europeísmo débil que insiste en identificar las dos cosas y presenta este desastre como la única Europa posible. No es más que un artefacto publicitario. La actual Unión Europea es la antítesis de los principios que tradicionalmente se han asociado a la idea de Europa. El Tratado de Maastricht y el euro no tienen nada que ver con los valores emanados de la Ilustración que fueron instituidos por la Revolución Francesa. Al contrario, se trata de una nueva colonización caracterizada por la hegemonía alemana que atenta contra el progreso social y amenaza la diversidad cultural de Europa. Aunque a alguno se le erice el pelo, la actual Unión Europea es capaz de destruir Europa y reeditar las páginas más negras de nuestra reciente historia. Por eso el título del libro de Monereo y Llopis me parece tan bien traído: “Por Europa y contra el sistema euro”.
El imperio del mercado, afirmas, es la consagración de la ley del más fuerte, el darwinismo social sin máscaras. Déjame insistir en este nudo. ¿Es esa la cosmovisión social que impera en la UE actual?
En efecto. La construcción europea no se limita al establecimiento de un mercado unificado, sino que apunta a la conformación de una sociedad de mercado. Debemos a Karl Polanyi, el gran historiador de la economía, la formulación original de este concepto, que designa una sociedad plenamente mercantilizada en la que los derechos sociales aparecen fagocitados por el mercado, abocando al desamparo a millones de trabajadores. Como he dicho antes, en Europa, y muy especialmente en los países del sur, esta transición se está produciendo por la vía de neutralizar las capacidades de intervención pública en la economía, convirtiendo a nuestros pueblos en rehenes del mercado autorregulado. La capitulación del Estado social y la mercantilización de las relaciones sociales alumbran un darwinismo social despiadado que selecciona a los más aptos en detrimento de los más débiles: parados, pensionistas, enfermos, trabajadores precarios… El resultado es un paisaje aterrador caracterizado por una precariedad galopante, obscenas desigualdades sociales y un dramático aumento de la pobreza.
¿Hay o no hay democracia en la UE actual? ¿No hubo elecciones hace pocos días? Luego, dicen algunos, la UE es una “cosa”, sistema o régimen democrático.
La Unión Europea es la negación de la democracia. El poder económico se ha sacudido el control de los parlamentos nacionales, sustrayendo a la soberanía popular las decisiones económicas fundamentales. Trataré de explicarlo con un ejemplo: la revalorización de las pensiones con arreglo al IPC no se cuestionó seriamente hasta que las instituciones comunitarias empezaron a exigir recortes drásticos en materia de política social. Ningún gobierno se habría atrevido a derribar este baluarte de no mediar el chantaje de la troika comunitaria. Ningún partido lo había propuesto hasta entonces, por más que algunos acariciasen la idea desde hacía tiempo. ¿Qué sentido tiene hablar de democracia cuando nuestra capacidad de regir la realidad social y económica ha sido violentamente confiscada? ¿Podemos hablar de soberanía cuando la política económica ha sido sustraída a cualquier proceso de decisión democrática? La convocatoria rutinaria de procesos electorales apenas disimula la abolición soft del sufragio universal que se ha producido en Europa.
Puestos en el tema electoral: ¿qué te sugieren los resultados de las elecciones europeas del 25M?
Confieso que viví esa noche con mucha alegría. Los buenos resultados cosechados por Izquierda Unida y la irrupción de Podemos evidencian que el movimiento popular ha adquirido una capacidad inédita para construir una alternativa política capaz de derrotar al bipartidismo. En los últimos años los movimientos sociales han exhibido una creatividad impresionante y han acumulado fuerza social y política. Si me lo permites, junto a los resultados electorales me gustaría destacar dos aspectos que me parecen muy importantes
Te permito desde luego.
El primero, la gigantesca movilización del pasado 22 de marzo, que involucró en su dinámica a amplios sectores sociales movilizados y politizados; el segundo, que una organización como el Frente Cívico, con implantación en todo el Estado, ha asumido la bandera de la recuperación de la soberanía, planteando abiertamente la necesidad de salir del euro para superar la crisis económica. Estos hechos, unidos al avance electoral de las posiciones democráticas, hacen pensar que estamos ante una oportunidad única para iniciar un proceso constituyente que alumbre un nuevo Estado republicano, plurinacional y democrático, que refleje un nuevo equilibrio de poder entre las clases.
Citas en tu escrito una reflexión de Manuel Monereo: “El soberano actual de la Europa del euro son los poderes económicos y las constituciones de los países del Sur (Grecia, Portugal, España, parcialmente Italia) han sido de facto suspendidas.” Un comentario de texto: ¿Qué poderes económicos son esos? ¿Por qué vías y procedimientos consiguen su dominio?
Monereo alude certeramente a la intervención de poderes fácticos que dominan la vida pública corrompiendo a la clase política: bancos, grandes empresas, grupos de presión… La corrupción constituye un elemento inseparable del proyecto neoliberal, atravesando todas las estructuras del Estado mediante diversas formas de parasitismo. Compromete a todos los partidos y organizaciones que sustentan el sistema neoliberal bipartidista: PP, PSOE, CIU y PNV. El espectáculo que venimos contemplando en España resulta tan obsceno como previsible: cuando finaliza el acto electoral, los poderosos van por la otra ventanilla a exigir sus prebendas, mientras los políticos se aprestan a gobernar en su beneficio. Por utilizar la expresión de Monereo: la corrupción es el instrumento que permite gobernar a los que no se presentan a las elecciones.
Ahora bien, conviene apuntar que el poder económico no constituye la única instancia que influye y controla la política europea.
¿Y cuáles son los otros poderes, las otras instancias?
El Tratado de Maastricht y la aparición del euro han hecho emerger otros poderes soberanos detentados por las grandes potencias europeas, singularmente Alemania, que no están controlados por los mercados y ejercen un poder materialmente constitucional, con capacidad para imponer reformas sustanciales en las constituciones de otros países. Te recuerdo que la crisis de la deuda soberana fue auspiciada por Alemania y por el Banco Central Europeo, creando las condiciones para desmantelar el Estado social mediante planes de ajuste impuestos a los países del sur de Europa. Hasta que no se reformó el artículo 135 de la Constitución Española, Mario Draghi no anunció la intervención del BCE en los mercados secundarios de deuda para estabilizar la prima de riesgo. Eso se llama chantaje.
Creo que sí, que se le llama así. ¿Constituciones en suspenso? ¿Qué significa eso que “de facto” están suspendidas? ¿Qué tipo de sistema político rige entonces en nuestros países?
Significa que asistimos a una involución política en la que el constitucionalismo social de posguerra está siendo materialmente desplazado por un nuevo orden que pone en cuestión el control democrático de la economía y la existencia de derechos sociales. Significa que vivimos un estado de excepción en el que los poderes fácticos a los que me refería están subvirtiendo los fundamentos del Estado Social de Derecho y pervirtiendo la idea de democracia social. Significa, en definitiva, la emergencia de un nuevo constitucionalismo de matriz neoliberal que otorga todo el poder al mercado y constituye una amenaza para la supervivencia de la democracia tal y como la hemos conocido hasta ahora.
Te pregunto ahora por la Unión Europa y las colonias
Cuando quieras.
Nos habíamos quedado en este punto, en temas coloniales. ¿La Unión Europa es una nueva colonización? ¿Quiénes son o somos las colonias? ¿La relación España-Alemania es la misma o similar que la que había entre Cuba y España en el XIX? ¿No exageras?
Ciertamente, la relación entre centro y periferia que se desarrolla en la Unión Europea no ha sido impuesta por los países ricos mediante una guerra de agresión. Si te refieres a eso con tu pregunta, acepto la matización y reconozco que el asunto es mucho más complejo. Ahora bien, es indiscutible que la unificación monetaria ha profundizado las asimetrías productivas que existían en Europa, situando a las economías pobres de los países mediterráneos en una relación de dependencia con respecto a las economías fuertes, especialmente la alemana. En este contexto, los países del centro acumulan excedentes comerciales en el mercado europeo y se benefician de una nueva división del trabajo que redunda en perjuicio de la periferia. En este sentido, se trata de una relación de naturaleza colonial que se ha desarrollado siguiendo el esquema típico del capitalismo. Una situación caracterizada por la hegemonía alemana y la subordinación de las economías periféricas a partir de una específica división del trabajo. Por decirlo gráficamente: el mercado único europeo se ha convertido en una reserva de caza en la que las economías fuertes aplastan implacablemente a las débiles. Es la ley de la selva.
Pero no sólo eso. La humillante sumisión de las élites domésticas en el curso de la integración europea certifica que se trata de un proceso colonial. Nuestras clases dirigentes han renunciado a cualquier proyecto nacional de desarrollo que se aparte de los designios de la potencia alemana. Al aceptar los dictados de la troika, asumen su incapacidad de afrontar un camino independiente para sus respectivos países y sellan una relación de dependencia semejante a la que se produce en el proceso de colonización clásico. Monereo llama a esto “Vichy global”: una alianza entre el Estado alemán y las burguesías del sur de Europa para liquidar los derechos sociales, constitucionalizar el neoliberalismo y propiciar la sobreexplotación de los trabajadores.
La troika, de la que se habla y hablas, engloba al BCE, la Comisión y el FMI. ¿Pero qué pinta el FMI, que no es una organización digamos europea, en esta merienda de trabajadores y afines?
Pinta más de lo que parece. Y tiene una enorme carga simbólica. La crisis económica está siendo utilizada para imponer en nuestro continente las recetas económicas del Consenso de Washington, que sumieron a América Latina en el pozo de la depresión y el subdesarrollo . El modus operandi es muy conocido al otro lado del charco. La crisis ha provocado un grave deterioro económico en determinados países europeos, requiriendo el establecimiento de un mecanismo de estabilización por parte de la Unión Europea para salvaguardar su solvencia financiera. La participación del FMI en este mecanismo es suficientemente elocuente de las verdaderas intenciones de la Unión Europea: conceder préstamos a los países en dificultades, condicionando su desembolso al cumplimiento de determinadas condiciones de política económica y a la aprobación de un plan de ajuste por parte del Estado que solicite la ayuda. En definitiva, una burda emulación de los procedimientos utilizados por el FMI para extender el neoliberalismo en América Latina.
Te cito: “El liberalismo económico oculta una vocación autoritaria que conduce inexorablemente hacia el autoritarismo político”. ¿Todo liberalismo? ¿Dónde observas este autoritarismo político?
Yo creo que el liberalismo está atrapado en una paradoja que no puede resolver. La preponderancia del mercado en la realidad social exige la constitución de un orden político tendencialmente autoritario para asegurar la obediencia de la población. Las evidencias de ello son abrumadoras: ocurrió en América Latina durante el siglo XX y ahora está pasando en Europa. Los planes de ajuste estructural sólo pueden imponerse a base de represión y despotismo político para sofocar la oposición de los trabajadores. Curiosamente, eso nunca ha representado un problema para los ideólogos del neoliberalismo. Friedman y Hayek lo admitían con una naturalidad asombrosa, la misma que ahora exhiben los voceros del Gobierno al anunciar la reforma del Código Penal o al postular una regulación restrictiva del derecho de huelga. Eduardo Galeano lo expresaba gráficamente cuando decía que, para dar libertad al dinero, había que encarcelar a la gente.
¿Qué tipo de Estado quieres que regrese? ¿El Estado no era el consejo de administración de los negocios de la burguesía? ¿Ya no es eso?
Hay cierta tendencia en la tradición marxista a considerar reductoramente el Estado como un simple instrumento de dominación política controlado por la burguesía. Ciertamente, el Estado expresa un determinado pacto de dominación entre la clase dominante y sus aliados para construir un bloque histórico que ejerza la hegemonía sobre el conjunto de la sociedad. Pero ello no agota la complejidad del problema. El Estado también es un escenario de confrontación y lucha entre distintos sectores sociales portadores de proyectos conflictivos en un determinado marco de organización política y social. Desde este punto de vista, el Estado aparece como un actor político sumamente complejo que dispone de una relativa autonomía para intervenir en los conflictos sociales. Me parece legítimo reclamar un nuevo Estado que refleje el impulso democrático de las clases populares y ofrezca una salida progresista a la crisis que está atravesando el país. Se trata de construir un nuevo Estado que reequilibre la economía a favor del Trabajo y garantice la soberanía popular mediante instrumentos como el referéndum o la revocabilidad de los mandatos, entre otros. Sólo así liberaremos la política de los mercados.
La pregunta del millón: ¿reformar la UE o salir de la UE?
Este debate se le ha atravesado a la izquierda desde hace más de veinte años. Por aquel entonces, sectores importantes de la izquierda y del movimiento sindical defendían un sí crítico a la Europa de Maastricht y ensalzaban las ventajas que obtendría nuestro país en el marco de la Unión Europea. Salvando las distancias, el debate actual se parece mucho al que teníamos entonces: se critica la disciplina presupuestaria o la fragmentación de la política fiscal y se defiende la reforma de la eurozona, en la perspectiva de un “euro bueno” que amortigüe los efectos más nocivos de la unificación monetaria. En mi opinión, se trata de una quimera que ha paralizado durante décadas a buena parte de la izquierda y del movimiento sindical. La inexistencia de un Estado en la zona euro no es el resultado de una equivocación o de una reflexión errónea, sino consecuencia de la jerarquía de poder que rige el proceso de construcción europea, dominado por los países de la zona central y muy especialmente Alemania. Guste o no guste, la Europa neoliberal se ha construido a partir de una jerarquía de estados, y cualquier reforma posible debe respetar la estructura de poder existente. En mi opinión, cualquier agenda política que pretenda romper realmente con el neoliberalismo, incluso en un sentido reformista, debe plantearse en serio la salida del euro y enfrentarse a la Unión Europea como tal. Lo demás es marear la perdiz.
La segunda pregunta también millonaria: ¿hay que pagar o no hay que pagar la deuda?
Rotundamente, no. El pago de la deuda es incompatible con cualquier proyecto democrático y progresista. Y no lo digo yo, sino economistas de plena solvencia como Ignacio Álvarez, Juan Laborda o Bibiana Medialdea. El montante de la deuda es impagable y el Estado se enfrenta a la necesidad de realizar una profunda reestructuración de la misma. Hay que decretar la suspensión de pagos y realizar una auditoría pública para asegurar una quita sustancial que evite el estrangulamiento de la economía. Especialmente, considero que deberían declararse ilegítimos los compromisos contraídos por el Estado en el rescate del sistema financiero, que han supuesto una obscena socialización de las pérdidas sufridas por la banca en sus aventuras especulativas.
La tercera gran pregunta que son varias al mismo tiempo: ¿hay que salir del euro? ¿La izquierda debe agitar en ese sentido? ¿El escenario no sería peor aún si emprendiéramos esa aventura? ¿Solos? ¿En compañía de quiénes? [1]
Llegados a este punto, la única salida progresista para nuestros pueblos consiste en recuperar el control de la soberanía y desengancharse del euro en el marco de un desplazamiento del poder económico y social hacia el Trabajo. En esto coincido con Costas Lapavitsas y Frédéric Lordon. La salida del euro es la única forma de escapar del holocausto social provocado por las políticas neoliberales. En primer lugar, se trata de devaluar la moneda para mejorar la balanza comercial y recuperar competitividad, aliviando la presión que el ajuste interno está imponiendo a las clases populares de nuestro país. Pero no sólo eso. Si la salida del euro no va acompañada de un profundo cambio político y social que incluya el impago de la deuda soberana, no habremos avanzado gran cosa. En el fondo se trata de desbordar los límites impuestos y atreverse a plantear una ruptura radical con los obstáculos que impiden el avance de un programa de transformación social. Como he dicho antes, la clave es situar al Estado en el puesto de mando de la economía y definir una estrategia económica que permita construir una sociedad más justa e igualitaria.
Por supuesto, sería deseable que la salida del euro fuese un proceso consensuado y relativamente controlado, pero no tengo muchas esperanzas a este respecto.
¿Por qué?
Alemania no cederá. El euro le interesa mientras sirva para restaurar su centralidad geopolítica a costa de los países del sur de Europa. De otra forma tomaría las de Villadiego. Por tanto, todo hace pensar que el euro se encamina hacia una crisis terminal y sin retorno, probablemente traumática. Es urgente establecer relaciones de solidaridad con los pueblos del sur de Europa que permitan impulsar una alternativa general para romper con la Europa de Maastricht. Hay que plantear la necesidad de abolir el euro y regresar a las monedas nacionales como condición indispensable para construir fórmulas de cooperación económica entre los países de la cuenca mediterránea. Sea como fuere, no hay duda: es la hora de salir del euro y recuperar la soberanía.
¿Qué destacarías de la posición que mantiene Manuel Monereo a lo largo de la conversación?
Su capacidad para ofrecer una visión panorámica del conjunto de contradicciones presentes y actuantes en Europa y en el mundo. Monereo concibe esta fase histórica como un centro de anudamiento en el que se produce una acumulación inédita de crisis en todos los ámbitos: crisis económica, ecológica, geopolítica… Se trata de fenómenos diversos, pero están entrelazados y se refuerzan mutuamente. Monereo es capaz de ver la trabazón estructural de todos estos procesos. La conversación es un relato formidable sobre el pasado, el presente y el porvenir de Europa.
Por cierto, ¿sabes cómo consigue Monereo leer tanto y pensar tan bien y con su propia cabeza?
Yo también me lo pregunto. Ojalá lo supiera.
Por cierto también, ¿descansa algún día a alguna hora Enric Llopis? Aparte de un enorme articulista, es uno de los mejores entrevistadores que he conocido nunca.
Comparto tu apreciación y espero que descanse lo suficiente. Es un periodista culto y un gran comunicador. El éxito del libro debe mucho a su capacidad de divulgación.
Gracias por tus palabras y por tu magnífico escrito de presentación a un libro que todos y todas debemos leer. ¿Quieres añadir algo más?
Darte las gracias por haberme hecho pensar en estos asuntos. Ha sido un placer.
Nota del editor:
[1] Un comenatario de Ignacio Sotelo: “Hans-Werner Sinn, uno de los economistas alemanes de mayor prestigio, comparte la opinión del pequeño grupo español de economistas de izquierda de que, dentro de un euro supervalorado, acorte con los intereses de los países del Norte, España no tendría otra salida, al no ser competitiva, que romper con el euro. Mientras no lo haga, su destino podría ser una larga fase de congelación económica con un desempleo masivo de larga duración” (Ignacio Sotelo, “La oposición del euro”, El País, 7 de octubre de 2014)
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Te pregunto por tu prólogo, por tu magnífico prólogo al libro de conversaciones entre Enric Llopis y Manuel Monereo –Por Europa y contra el sistema euro- que ha publicado El Viejo Topo. Su título: “El regreso del Estado.” ¿El Estado tiene que regresar? ¿Es bueno que regrese?
Veamos. En mi opinión, la principal victoria ideológica obtenida por el neoliberalismo fue instalar en la sociedad la convicción de que el Estado y la esfera pública constituyen una fuente de ineficiencia y corrupción, mientras el mercado y el sector privado se presentan como el súmmum de la racionalidad económica. Este argumento ha sido utilizado para arremeter contra el Estado y justificar todo tipo de privatizaciones, desregulaciones y liberalizaciones, con las consecuencias que ya conocemos. Indudablemente, había mucha retórica en este mensaje, que apenas podía ocultar la intervención selectiva del Estado para propiciar una gigantesca redistribución de la riqueza en detrimento de las clases populares y trabajadoras. Pero desde el punto de vista ideológico, la satanización del Estado y la diatriba permanente contra el sector público constituyen un aspecto nuclear del proyecto neoliberal y un factor explicativo de su predominio cultural.
En este contexto, hablar del “regreso del Estado” significa constatar que el neoliberalismo ha provocado una grave dislocación social y ha multiplicado las demandas populares, reclamando la intervención urgente del Estado para atender necesidades impostergables en casi todos los ámbitos: la nacionalización de la banca y la creación de una banca pública; una política de inversiones públicas para diversificar y renovar nuestra capacidad productiva; una reforma fiscal progresiva que permita la expansión del gasto público en sanidad, educación y otros servicios sociales; el reparto del empleo para combatir el paro; el incremento del SMI o la implantación de una renta básica para compensar las brutales desigualdades que nos ha dejado el neoliberalismo. En definitiva, se trata de iniciar una trayectoria de crecimiento diferente caracterizada por la intervención pública en la economía, la colaboración de un sistema bancario público y el respeto al principio de sostenibilidad ecológica. A eso me refiero cuando hablo del “regreso del Estado”.
Abres con una cita del Machado de Juan de Mairena, la de los ojos abiertos. Con tus ojos más abiertos y en diez líneas como máximo, ¿cómo ves la situación en esta Europa neoliberal?
Con una mezcla de esperanza y de preocupación. La construcción del mercado único ha provocado una guerra comercial que ha devastado las economías de los países periféricos, provocando la mercantilización acelerada de todas las esferas de la vida social. Estamos ante una catástrofe social que ha desgarrado el continente europeo, engendrando un doble movimiento de respuesta para resistir los efectos del mercado autorregulado: por una parte, el avance de la izquierda y de los movimientos sociales en países como Grecia o España, que supone un motivo de ilusión y de esperanza para muchísima gente; por otra, el ascenso de la extrema derecha en países como Francia, que debe contemplarse con preocupación. Lo importante es comprender que constituyen dos caras de un mismo proceso: la respuesta de la sociedad para resistir los efectos más nocivos del mercado único autorregulado, en un contexto de profunda crisis de legitimidad de los partidos y del sistema político en su conjunto.
Señalas en el primer punto de tu presentación que las tesis de Milton Friedman son el referente más importante de la teoría política monetarista, que a su vez orienta e inspira la política económica adoptada en muchos países del mundo y especialmente en la UE. ¿Es así? ¿Friedman, hablas también de Hayek, es un referente de la actual política económica europea? ¿Hay consistencia en su tesis (aparente o real) de separación absoluta de la política y de la economía?
Milton Friedman y Friedrich Hayek son, junto a Robert Nozick, los principales exponentes del pensamiento neoliberal. Más allá de las diferencias que existen entre ellos, les une su compromiso con un mercado libre de interferencias estatales que se aproxime lo más posible al “laissez-faire” de Adam Smith. En realidad, se trata del viejo capitalismo despojado del ropaje keynesiano, que pretende erradicar cualquier atisbo de intervencionismo y entregarse abiertamente al proyecto liberal de un mercado autorregulador. Pues bien, eso es la Unión Europea: un marco político que reduce a la mínima expresión la gestión de la economía a través de las políticas macroeconómicas y despoja a la soberanía popular del control sobre la economía. La desaparición de las monedas nacionales, la creación de un Banco Central Europeo independiente y la disciplina fiscal establecida en el Tratado de Maastricht definieron un espacio económico a salvo de interferencias políticas y una institucionalidad amarrada a un capitalismo desbocado. Cuando hablo de “interferencias” políticas me refiero, obviamente, a “interferencias” democráticas. En el contexto europeo, el verdadero dilema no se plantea entre el mercado y el Estado, sino entre el mercado y la democracia. La democracia es el auténtico objetivo del ataque neoliberal contra el Estado que ha supuesto el proceso de construcción europea.
Por cierto, ¿de qué deberíamos hablar? ¿De Europa o de la Unión Europea?
Hay un europeísmo débil que insiste en identificar las dos cosas y presenta este desastre como la única Europa posible. No es más que un artefacto publicitario. La actual Unión Europea es la antítesis de los principios que tradicionalmente se han asociado a la idea de Europa. El Tratado de Maastricht y el euro no tienen nada que ver con los valores emanados de la Ilustración que fueron instituidos por la Revolución Francesa. Al contrario, se trata de una nueva colonización caracterizada por la hegemonía alemana que atenta contra el progreso social y amenaza la diversidad cultural de Europa. Aunque a alguno se le erice el pelo, la actual Unión Europea es capaz de destruir Europa y reeditar las páginas más negras de nuestra reciente historia. Por eso el título del libro de Monereo y Llopis me parece tan bien traído: “Por Europa y contra el sistema euro”.
El imperio del mercado, afirmas, es la consagración de la ley del más fuerte, el darwinismo social sin máscaras. Déjame insistir en este nudo. ¿Es esa la cosmovisión social que impera en la UE actual?
En efecto. La construcción europea no se limita al establecimiento de un mercado unificado, sino que apunta a la conformación de una sociedad de mercado. Debemos a Karl Polanyi, el gran historiador de la economía, la formulación original de este concepto, que designa una sociedad plenamente mercantilizada en la que los derechos sociales aparecen fagocitados por el mercado, abocando al desamparo a millones de trabajadores. Como he dicho antes, en Europa, y muy especialmente en los países del sur, esta transición se está produciendo por la vía de neutralizar las capacidades de intervención pública en la economía, convirtiendo a nuestros pueblos en rehenes del mercado autorregulado. La capitulación del Estado social y la mercantilización de las relaciones sociales alumbran un darwinismo social despiadado que selecciona a los más aptos en detrimento de los más débiles: parados, pensionistas, enfermos, trabajadores precarios… El resultado es un paisaje aterrador caracterizado por una precariedad galopante, obscenas desigualdades sociales y un dramático aumento de la pobreza.
¿Hay o no hay democracia en la UE actual? ¿No hubo elecciones hace pocos días? Luego, dicen algunos, la UE es una “cosa”, sistema o régimen democrático.
La Unión Europea es la negación de la democracia. El poder económico se ha sacudido el control de los parlamentos nacionales, sustrayendo a la soberanía popular las decisiones económicas fundamentales. Trataré de explicarlo con un ejemplo: la revalorización de las pensiones con arreglo al IPC no se cuestionó seriamente hasta que las instituciones comunitarias empezaron a exigir recortes drásticos en materia de política social. Ningún gobierno se habría atrevido a derribar este baluarte de no mediar el chantaje de la troika comunitaria. Ningún partido lo había propuesto hasta entonces, por más que algunos acariciasen la idea desde hacía tiempo. ¿Qué sentido tiene hablar de democracia cuando nuestra capacidad de regir la realidad social y económica ha sido violentamente confiscada? ¿Podemos hablar de soberanía cuando la política económica ha sido sustraída a cualquier proceso de decisión democrática? La convocatoria rutinaria de procesos electorales apenas disimula la abolición soft del sufragio universal que se ha producido en Europa.
Puestos en el tema electoral: ¿qué te sugieren los resultados de las elecciones europeas del 25M?
Confieso que viví esa noche con mucha alegría. Los buenos resultados cosechados por Izquierda Unida y la irrupción de Podemos evidencian que el movimiento popular ha adquirido una capacidad inédita para construir una alternativa política capaz de derrotar al bipartidismo. En los últimos años los movimientos sociales han exhibido una creatividad impresionante y han acumulado fuerza social y política. Si me lo permites, junto a los resultados electorales me gustaría destacar dos aspectos que me parecen muy importantes
Te permito desde luego.
El primero, la gigantesca movilización del pasado 22 de marzo, que involucró en su dinámica a amplios sectores sociales movilizados y politizados; el segundo, que una organización como el Frente Cívico, con implantación en todo el Estado, ha asumido la bandera de la recuperación de la soberanía, planteando abiertamente la necesidad de salir del euro para superar la crisis económica. Estos hechos, unidos al avance electoral de las posiciones democráticas, hacen pensar que estamos ante una oportunidad única para iniciar un proceso constituyente que alumbre un nuevo Estado republicano, plurinacional y democrático, que refleje un nuevo equilibrio de poder entre las clases.
Citas en tu escrito una reflexión de Manuel Monereo: “El soberano actual de la Europa del euro son los poderes económicos y las constituciones de los países del Sur (Grecia, Portugal, España, parcialmente Italia) han sido de facto suspendidas.” Un comentario de texto: ¿Qué poderes económicos son esos? ¿Por qué vías y procedimientos consiguen su dominio?
Monereo alude certeramente a la intervención de poderes fácticos que dominan la vida pública corrompiendo a la clase política: bancos, grandes empresas, grupos de presión… La corrupción constituye un elemento inseparable del proyecto neoliberal, atravesando todas las estructuras del Estado mediante diversas formas de parasitismo. Compromete a todos los partidos y organizaciones que sustentan el sistema neoliberal bipartidista: PP, PSOE, CIU y PNV. El espectáculo que venimos contemplando en España resulta tan obsceno como previsible: cuando finaliza el acto electoral, los poderosos van por la otra ventanilla a exigir sus prebendas, mientras los políticos se aprestan a gobernar en su beneficio. Por utilizar la expresión de Monereo: la corrupción es el instrumento que permite gobernar a los que no se presentan a las elecciones.
Ahora bien, conviene apuntar que el poder económico no constituye la única instancia que influye y controla la política europea.
¿Y cuáles son los otros poderes, las otras instancias?
El Tratado de Maastricht y la aparición del euro han hecho emerger otros poderes soberanos detentados por las grandes potencias europeas, singularmente Alemania, que no están controlados por los mercados y ejercen un poder materialmente constitucional, con capacidad para imponer reformas sustanciales en las constituciones de otros países. Te recuerdo que la crisis de la deuda soberana fue auspiciada por Alemania y por el Banco Central Europeo, creando las condiciones para desmantelar el Estado social mediante planes de ajuste impuestos a los países del sur de Europa. Hasta que no se reformó el artículo 135 de la Constitución Española, Mario Draghi no anunció la intervención del BCE en los mercados secundarios de deuda para estabilizar la prima de riesgo. Eso se llama chantaje.
Creo que sí, que se le llama así. ¿Constituciones en suspenso? ¿Qué significa eso que “de facto” están suspendidas? ¿Qué tipo de sistema político rige entonces en nuestros países?
Significa que asistimos a una involución política en la que el constitucionalismo social de posguerra está siendo materialmente desplazado por un nuevo orden que pone en cuestión el control democrático de la economía y la existencia de derechos sociales. Significa que vivimos un estado de excepción en el que los poderes fácticos a los que me refería están subvirtiendo los fundamentos del Estado Social de Derecho y pervirtiendo la idea de democracia social. Significa, en definitiva, la emergencia de un nuevo constitucionalismo de matriz neoliberal que otorga todo el poder al mercado y constituye una amenaza para la supervivencia de la democracia tal y como la hemos conocido hasta ahora.
Te pregunto ahora por la Unión Europa y las colonias
Cuando quieras.
Nos habíamos quedado en este punto, en temas coloniales. ¿La Unión Europa es una nueva colonización? ¿Quiénes son o somos las colonias? ¿La relación España-Alemania es la misma o similar que la que había entre Cuba y España en el XIX? ¿No exageras?
Ciertamente, la relación entre centro y periferia que se desarrolla en la Unión Europea no ha sido impuesta por los países ricos mediante una guerra de agresión. Si te refieres a eso con tu pregunta, acepto la matización y reconozco que el asunto es mucho más complejo. Ahora bien, es indiscutible que la unificación monetaria ha profundizado las asimetrías productivas que existían en Europa, situando a las economías pobres de los países mediterráneos en una relación de dependencia con respecto a las economías fuertes, especialmente la alemana. En este contexto, los países del centro acumulan excedentes comerciales en el mercado europeo y se benefician de una nueva división del trabajo que redunda en perjuicio de la periferia. En este sentido, se trata de una relación de naturaleza colonial que se ha desarrollado siguiendo el esquema típico del capitalismo. Una situación caracterizada por la hegemonía alemana y la subordinación de las economías periféricas a partir de una específica división del trabajo. Por decirlo gráficamente: el mercado único europeo se ha convertido en una reserva de caza en la que las economías fuertes aplastan implacablemente a las débiles. Es la ley de la selva.
Pero no sólo eso. La humillante sumisión de las élites domésticas en el curso de la integración europea certifica que se trata de un proceso colonial. Nuestras clases dirigentes han renunciado a cualquier proyecto nacional de desarrollo que se aparte de los designios de la potencia alemana. Al aceptar los dictados de la troika, asumen su incapacidad de afrontar un camino independiente para sus respectivos países y sellan una relación de dependencia semejante a la que se produce en el proceso de colonización clásico. Monereo llama a esto “Vichy global”: una alianza entre el Estado alemán y las burguesías del sur de Europa para liquidar los derechos sociales, constitucionalizar el neoliberalismo y propiciar la sobreexplotación de los trabajadores.
La troika, de la que se habla y hablas, engloba al BCE, la Comisión y el FMI. ¿Pero qué pinta el FMI, que no es una organización digamos europea, en esta merienda de trabajadores y afines?
Pinta más de lo que parece. Y tiene una enorme carga simbólica. La crisis económica está siendo utilizada para imponer en nuestro continente las recetas económicas del Consenso de Washington, que sumieron a América Latina en el pozo de la depresión y el subdesarrollo . El modus operandi es muy conocido al otro lado del charco. La crisis ha provocado un grave deterioro económico en determinados países europeos, requiriendo el establecimiento de un mecanismo de estabilización por parte de la Unión Europea para salvaguardar su solvencia financiera. La participación del FMI en este mecanismo es suficientemente elocuente de las verdaderas intenciones de la Unión Europea: conceder préstamos a los países en dificultades, condicionando su desembolso al cumplimiento de determinadas condiciones de política económica y a la aprobación de un plan de ajuste por parte del Estado que solicite la ayuda. En definitiva, una burda emulación de los procedimientos utilizados por el FMI para extender el neoliberalismo en América Latina.
Te cito: “El liberalismo económico oculta una vocación autoritaria que conduce inexorablemente hacia el autoritarismo político”. ¿Todo liberalismo? ¿Dónde observas este autoritarismo político?
Yo creo que el liberalismo está atrapado en una paradoja que no puede resolver. La preponderancia del mercado en la realidad social exige la constitución de un orden político tendencialmente autoritario para asegurar la obediencia de la población. Las evidencias de ello son abrumadoras: ocurrió en América Latina durante el siglo XX y ahora está pasando en Europa. Los planes de ajuste estructural sólo pueden imponerse a base de represión y despotismo político para sofocar la oposición de los trabajadores. Curiosamente, eso nunca ha representado un problema para los ideólogos del neoliberalismo. Friedman y Hayek lo admitían con una naturalidad asombrosa, la misma que ahora exhiben los voceros del Gobierno al anunciar la reforma del Código Penal o al postular una regulación restrictiva del derecho de huelga. Eduardo Galeano lo expresaba gráficamente cuando decía que, para dar libertad al dinero, había que encarcelar a la gente.
¿Qué tipo de Estado quieres que regrese? ¿El Estado no era el consejo de administración de los negocios de la burguesía? ¿Ya no es eso?
Hay cierta tendencia en la tradición marxista a considerar reductoramente el Estado como un simple instrumento de dominación política controlado por la burguesía. Ciertamente, el Estado expresa un determinado pacto de dominación entre la clase dominante y sus aliados para construir un bloque histórico que ejerza la hegemonía sobre el conjunto de la sociedad. Pero ello no agota la complejidad del problema. El Estado también es un escenario de confrontación y lucha entre distintos sectores sociales portadores de proyectos conflictivos en un determinado marco de organización política y social. Desde este punto de vista, el Estado aparece como un actor político sumamente complejo que dispone de una relativa autonomía para intervenir en los conflictos sociales. Me parece legítimo reclamar un nuevo Estado que refleje el impulso democrático de las clases populares y ofrezca una salida progresista a la crisis que está atravesando el país. Se trata de construir un nuevo Estado que reequilibre la economía a favor del Trabajo y garantice la soberanía popular mediante instrumentos como el referéndum o la revocabilidad de los mandatos, entre otros. Sólo así liberaremos la política de los mercados.
La pregunta del millón: ¿reformar la UE o salir de la UE?
Este debate se le ha atravesado a la izquierda desde hace más de veinte años. Por aquel entonces, sectores importantes de la izquierda y del movimiento sindical defendían un sí crítico a la Europa de Maastricht y ensalzaban las ventajas que obtendría nuestro país en el marco de la Unión Europea. Salvando las distancias, el debate actual se parece mucho al que teníamos entonces: se critica la disciplina presupuestaria o la fragmentación de la política fiscal y se defiende la reforma de la eurozona, en la perspectiva de un “euro bueno” que amortigüe los efectos más nocivos de la unificación monetaria. En mi opinión, se trata de una quimera que ha paralizado durante décadas a buena parte de la izquierda y del movimiento sindical. La inexistencia de un Estado en la zona euro no es el resultado de una equivocación o de una reflexión errónea, sino consecuencia de la jerarquía de poder que rige el proceso de construcción europea, dominado por los países de la zona central y muy especialmente Alemania. Guste o no guste, la Europa neoliberal se ha construido a partir de una jerarquía de estados, y cualquier reforma posible debe respetar la estructura de poder existente. En mi opinión, cualquier agenda política que pretenda romper realmente con el neoliberalismo, incluso en un sentido reformista, debe plantearse en serio la salida del euro y enfrentarse a la Unión Europea como tal. Lo demás es marear la perdiz.
La segunda pregunta también millonaria: ¿hay que pagar o no hay que pagar la deuda?
Rotundamente, no. El pago de la deuda es incompatible con cualquier proyecto democrático y progresista. Y no lo digo yo, sino economistas de plena solvencia como Ignacio Álvarez, Juan Laborda o Bibiana Medialdea. El montante de la deuda es impagable y el Estado se enfrenta a la necesidad de realizar una profunda reestructuración de la misma. Hay que decretar la suspensión de pagos y realizar una auditoría pública para asegurar una quita sustancial que evite el estrangulamiento de la economía. Especialmente, considero que deberían declararse ilegítimos los compromisos contraídos por el Estado en el rescate del sistema financiero, que han supuesto una obscena socialización de las pérdidas sufridas por la banca en sus aventuras especulativas.
La tercera gran pregunta que son varias al mismo tiempo: ¿hay que salir del euro? ¿La izquierda debe agitar en ese sentido? ¿El escenario no sería peor aún si emprendiéramos esa aventura? ¿Solos? ¿En compañía de quiénes? [1]
Llegados a este punto, la única salida progresista para nuestros pueblos consiste en recuperar el control de la soberanía y desengancharse del euro en el marco de un desplazamiento del poder económico y social hacia el Trabajo. En esto coincido con Costas Lapavitsas y Frédéric Lordon. La salida del euro es la única forma de escapar del holocausto social provocado por las políticas neoliberales. En primer lugar, se trata de devaluar la moneda para mejorar la balanza comercial y recuperar competitividad, aliviando la presión que el ajuste interno está imponiendo a las clases populares de nuestro país. Pero no sólo eso. Si la salida del euro no va acompañada de un profundo cambio político y social que incluya el impago de la deuda soberana, no habremos avanzado gran cosa. En el fondo se trata de desbordar los límites impuestos y atreverse a plantear una ruptura radical con los obstáculos que impiden el avance de un programa de transformación social. Como he dicho antes, la clave es situar al Estado en el puesto de mando de la economía y definir una estrategia económica que permita construir una sociedad más justa e igualitaria.
Por supuesto, sería deseable que la salida del euro fuese un proceso consensuado y relativamente controlado, pero no tengo muchas esperanzas a este respecto.
¿Por qué?
Alemania no cederá. El euro le interesa mientras sirva para restaurar su centralidad geopolítica a costa de los países del sur de Europa. De otra forma tomaría las de Villadiego. Por tanto, todo hace pensar que el euro se encamina hacia una crisis terminal y sin retorno, probablemente traumática. Es urgente establecer relaciones de solidaridad con los pueblos del sur de Europa que permitan impulsar una alternativa general para romper con la Europa de Maastricht. Hay que plantear la necesidad de abolir el euro y regresar a las monedas nacionales como condición indispensable para construir fórmulas de cooperación económica entre los países de la cuenca mediterránea. Sea como fuere, no hay duda: es la hora de salir del euro y recuperar la soberanía.
¿Qué destacarías de la posición que mantiene Manuel Monereo a lo largo de la conversación?
Su capacidad para ofrecer una visión panorámica del conjunto de contradicciones presentes y actuantes en Europa y en el mundo. Monereo concibe esta fase histórica como un centro de anudamiento en el que se produce una acumulación inédita de crisis en todos los ámbitos: crisis económica, ecológica, geopolítica… Se trata de fenómenos diversos, pero están entrelazados y se refuerzan mutuamente. Monereo es capaz de ver la trabazón estructural de todos estos procesos. La conversación es un relato formidable sobre el pasado, el presente y el porvenir de Europa.
Por cierto, ¿sabes cómo consigue Monereo leer tanto y pensar tan bien y con su propia cabeza?
Yo también me lo pregunto. Ojalá lo supiera.
Por cierto también, ¿descansa algún día a alguna hora Enric Llopis? Aparte de un enorme articulista, es uno de los mejores entrevistadores que he conocido nunca.
Comparto tu apreciación y espero que descanse lo suficiente. Es un periodista culto y un gran comunicador. El éxito del libro debe mucho a su capacidad de divulgación.
Gracias por tus palabras y por tu magnífico escrito de presentación a un libro que todos y todas debemos leer. ¿Quieres añadir algo más?
Darte las gracias por haberme hecho pensar en estos asuntos. Ha sido un placer.
Nota del editor:
[1] Un comenatario de Ignacio Sotelo: “Hans-Werner Sinn, uno de los economistas alemanes de mayor prestigio, comparte la opinión del pequeño grupo español de economistas de izquierda de que, dentro de un euro supervalorado, acorte con los intereses de los países del Norte, España no tendría otra salida, al no ser competitiva, que romper con el euro. Mientras no lo haga, su destino podría ser una larga fase de congelación económica con un desempleo masivo de larga duración” (Ignacio Sotelo, “La oposición del euro”, El País, 7 de octubre de 2014)
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