Manuel Montejo López.
Frente Cívico “Somos Mayoría”.
Los acontecimientos de los últimos meses, desde el 22M hasta el
resultado de las elecciones europeas de mayo, han abierto de par en par
la puerta de la ilusión, una ilusión de cambio que despertó en una gran
parte de la sociedad en los días previos a las elecciones municipales de
2011, con el 15M.
A lo largo de este periodo hemos asistido a un cuestionamiento
social, como nunca antes, del régimen surgido de la Constitución del 78 y
de sus instituciones, hasta el punto de intuirse la posibilidad de una
alternativa real al bipartidismo. Este creciente estado de opinión nos
devuelve el debate sobre la toma del poder y las formas de conseguirlo.
Existe la tendencia a equiparar poder e instituciones, como si aquellos
que realmente deciden estuvieran sentados en un sillón de concejal,
alcalde, diputado o ministro.
Sin embargo, la realidad nos muestra lo inocente de esta visión, ya
que se toman más decisiones sobre lo común en los consejos de
administración que en las instituciones públicas. Es por ello que no
debemos engañarnos y es obligado situar en su justa medida el acceso a
las instituciones, un paso más en el proceso de toma de poder. Aun en el
caso de que una fuerza política alternativa consiguiera una victoria
electoral, el verdadero reto consistiría en ser capaz de llevar a cabo
medidas rupturistas con el entramado neoliberal y mantener ese poder en
unas condiciones de enfrentamiento abierto con el poder económico y
mediático que se le opondría. Es aquí donde entra en juego el otro
elemento imprescindible de la toma de poder, la movilización social. El
apoyo social necesario para sostener ese gobierno requiere de un alto
grado de concienciación y solidaridad entre la mayoría de la población.
Analizados ambos elementos, el político y el social, se advierte que
es imprescindible que compartan estrategia y se alimenten
recíprocamente. Y, desde este punto de vista, no existe actualmente
ninguna organización o conjunto de organizaciones, políticas o sociales,
que puedan llegar a ser hegemónicas por si solas para alcanzar el poder
en toda su magnitud. Sólo la unidad y confluencia de intereses entre
las organizaciones sociales, políticas y la mayoría de la población
puede aspirar a la victoria de la sociedad frente a los poderes
económicos. Es la asunción de esta idea, aunque sea parcialmente, la que
está haciendo que se reproduzcan por todo el país experiencias de
unidad y empoderamiento ciudadano, que siendo diferentes, comparten el
mismo objetivo.
Sin embargo, la unidad nos recuerda a esa entelequia que se repite
desde multitud de intereses cada vez que se aproxima una cita electoral
sin que el debate vaya más allá de la suma de siglas o las posiciones al
conformar una lista. El error que se comete es intentar una unidad
artificial, creada en un despacho y sin reflejo real en la calle. La
unidad deseable, duradera y transformadora sólo puede venir tras un
proceso de trabajo conjunto, de colaboración sincera entre el conjunto
de fuerzas sociales, políticas y ciudadanía que pretendan dar respuesta a
las necesidades de la mayoría de la población. Y ese trabajo requiere
de un elemento vertebrador: las aspiraciones comunes, las medidas que
trasformen nuestra realidad, es decir, el programa.
Un buen ejemplo de ello son las recientes Marchas de la Dignidad. El
éxito de esta movilización va más allá del esfuerzo y la dignidad de los
caminantes, más allá de la concentración de centenares de miles de
personas demostrando su fuerza por las calles de Madrid. El éxito, y la
novedad, radicó en la vertebración por todo el estado de espacios de
colaboración entre colectivos y ciudadanos, habitualmente distantes y
recelosos, que trabajaron durante meses por un ideal y unas
reivindicaciones comunes. Y actualmente son la herramienta de poder
popular más palpable que podamos encontrar.
El camino, por tanto, para sumar una presencia institucional fuerte y
con posibilidad de cambio, coordinada con una movilización creciente en
la calle, debe ser aunar voluntades contra el bipartidismo, por la
ruptura con un régimen neoliberal que ha demostrado no ser capaz de
satisfacer nuestras más elementales necesidades. Este proceso deberá
hacer frente a los obstáculos que plateen tanto las oligarquías que
detentan el poder como el oportunismo que aparece camuflado en tiempos
convulsos. Y deberá demostrar que es posible un avance social generoso,
amplio y plural basado en la confianza en quien trabaja a tu lado y que
aglutine a la mayoría que vive y sufre los efectos de este sistema que
nos despoja de unas condiciones de vida dignas.
En Jaén vivimos una situación de emergencia social que no admite
dilaciones ni “juegos de tronos” electoralistas. El grado de
empobrecimiento y desesperación de una gran parte de nuestra sociedad
reclama pasos audaces, asumir responsabilidades entre todos y avanzar
hacia el empoderamiento ciudadano por la vía del trabajo sobre el
programa. Un programa común y de mínimos que, siendo conscientes de la
realidad económica del Ayuntamiento y los impedimentos legales actuales
(Ley de Racionalización y Sostenibilidad de las Administraciones
Locales) y futuros (modificaciones de la Ley Electoral) derivados de las
políticas oligárquicas de la UE y de la modificación del artículo 135
de la Constitución, que PP y PSOE llevaron a cabo en 2011, recoja
medidas factibles y no vanas promesas que caigan en saco roto.
Para ello, el próximo jueves 2 de octubre, el Frente Cívico de Jaén
ha convocado una Asamblea Ciudadana. La propuesta es clara: crear un
espacio común de debate y trabajo para elaborar un programa de medidas
que den respuesta real y urgente a las necesidades de los jiennenses.
Esta Asamblea necesita de la participación de todos: de movimientos
sociales que aporten contenidos programáticos claros y cercanos a la
realidad, de las asociaciones que están en contacto con todos los
aspectos de la vida de la ciudad, de las organizaciones políticas que
contribuyan con experiencia y capacidad de trabajo desinteresada y de
una ciudadanía consciente que esté dispuesta a coger las riendas del
gobierno de la ciudad para sí misma. Hay que ampliar y encontrar los
cauces para la participación de todo el espectro social para
verdaderamente aspirar a crear un contrapoder y no limitarnos a la,
luego decepcionante, victoria electoral.
De lo que no se trata es de una reunión para unir partidos o pelearse
por puestos en una lista. Dejémosle esas cuestiones a los intereses
subalternos, por acción u omisión, al bipartidismo. Si la Asamblea,
soberanamente y cuando el trabajo programático se convierta en toma de
conciencia ciudadana, decide que la opción electoral es el mejor camino
para alcanzar su objetivo, bienvenido sea. Pero sin olvidar que el fin
debe ser mantener una entidad autónoma que, con la participación de
todos pero sin control de nadie, elabore un programa de mínimos factible
y controle su ejecución por parte de aquellos que detenten la
representación en las instituciones.
El momento es propicio y la oportunidad histórica. El trabajo local
es necesario por ser el eslabón más débil de la política institucional
centralizada y donde menor es el control de los aparatos. Y por ello es
más sencilla la participación directa, cotidiana de la ciudadanía. Queda
por ver si estamos todos a la altura y aprovechamos las condiciones
para hacer algo nuevo, sincero y generoso. No sólo es “ganar” sino
“mantenerse”, recuperar el poder para el pueblo y que éste sea soberano.
Construir un espacio autónomo de debate y toma de decisión, que se
prolongue más allá de las municipales de 2015, es una necesidad que no
acepta demoras ni intereses alejados de la toma de poder popular.
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