Julio Anguita, Excoordinador general de IU.
La semana pasada dejé entrever que dedicaría esta sección a exponer
otra visión, otro paradigma, otros supuestos desde los cuales afrontar
la crisis de civilización en la que estamos inmersos. Prometo empezar en
la próxima. Y la razón no es otra que mi intención de dejar sentado,
desde la levedad de estas pocas líneas, que ya es imposible seguir, a
riesgo de catástrofe social y de bancarrota de la Hacienda Pública, por
esta senda de contumacias, errores y beneficios para una exigua minoría.
Las medidas recomendadas hace pocos días por el FMI me dan pie a
estas consideraciones. Constituye una obviedad con naturaleza de axioma
que en toda propuesta, plan o previsión programada los fines empleados
para la consecución del objetivo deben adecuarse al fin que se persigue.
Dicho de otra manera, los medios deben contener elementos, retazos,
rasgos, apuntes, indicios del fin al que se dirigen. Esa es la razón de
cómo no podemos hablar de conseguir una situación de democracia plena
con medidas que la niegan. Y lo mismo podemos decir, mutatis mutandi,
con respecto a un objetivo de pleno empleo con medidas que lo destruyen y
sin que se planteen los puestos de trabajo alternativos o al menos los
proyectos concretos de tejido productivo que sintonicen con la meta
perseguida.
Lo que estamos viendo no es otra cosa que una siniestra ruleta en la
que el azar y el croupier llamado mercado sólo garantizan la demora, la
dilación, el aplazamiento de lo inexorable. Tanto el FMI como su
presidenta la señora Lagarde, han planteado el futuro con toda la
crudeza que ya no ocultan: bajadas de salario a cambio de puestos de
trabajo ¿dónde? ¿cómo? y revisar a la baja el gasto en pensiones,
educación y sanidad. La exigua minoría que se aprovecha de la situación
está contenta, sus secuaces también. Y el ciudadano medio que ya no
juega a creérselo, únicamente espera que el sol salga mañana de la misma
manera que lo espera el reo del corredor de la muerte.
eleconomista.es
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