martes, 25 de febrero de 2014

Julio Anguita: «En la izquierda, el ego está desatado»

J. Cerero / G. Verdugo | Un cuarto de siglo después de haber ganado sus primeras elecciones, con las que abrió sus dos legislaturas como alcalde de Córdoba, Julio Anguita continúa en la línea de fuego de la política dentro del Frente Cívico Somos Mayoría. El viernes, 21 de febrero, acudió a la Facultad de Comunicación de la Universidad de Sevilla a ofrecer una charla en la que ofreció alternativas a la crisis y la situación de España.
    ¿Tiene la sensación de que últimamente le dan más la razón, ahora que muchas cosas se ven a toro pasado?
     A mí me han dicho mesiánico y lunático y ahora me llaman profeta. ¿Qué ha ocurrido entre una etapa y otra? Yo puedo decir que he tenido trabajando conmigo al mejor equipo económico que ha habido nunca en España: Juan Francisco Martín Seco, interventor general del Estado; Pedro Montes o Jesús Albarracín, jefe de inspección del Banco de España; Juan Torres, catedrático de Economía… Un equipo que en los años 90 trabajaba en Izquierda Unida, con mayor o menor grado de militancia, y que cuando llegaba un problema o una propuesta tenían la manía de estudiarlo. Y cuando reciben los materiales que vienen de Europa se dan cuenta de que están ante un engaño, ante una estafa. Tanto el Tratado de Maastricht como el euro han sido una auténtica estafa. Y aquellos hombres y mujeres llegamos a una conclusión: no podemos apoyar este disparate. Y votamos en contra, con divisiones internas. El tiempo nos ha dado la razón, sí, pero se la ha dado al estudio, porque uno de los problemas de la política actual es que no se estudia ni se lee ni se quiere saber.
    Por lo general, con excepciones dignísimas, el político recibe por la mañana un listado de titulares de los medios de comunicación, los despacha, ustedes [señalando a los periodistas] les hacen preguntas y ellos responden con titulares. Y en política se está para estudiar, y para pensar. Al político se le paga para que reflexione y que después explique el producto de su elaboración. Entonces llevábamos razón, pero la moda no era ésa, y los medios de entonces eran la voz de su amo. Todos.

    ¿Qué panorama le augura a las iniciativas políticas de izquierdas de cara a las elecciones europeas? 
    Me va a perdonar, y espero que lo pueda explicar, pero a mí lo de las elecciones europeas, francamente, me da exactamente igual. No pierdo ni cinco minutos de mi tiempo en esa historia. ¿Por qué? Porque ahí no se va a solucionar nada. Dirán ustedes: pero eso marca tendencia, indica por dónde va la cosa… Que no. El problema de la izquierda es si es capaz de construir un proyecto alternativo ya. No podemos vivir criticando las barbaridades del capital, sino que tenemos que empezar a construir, sin estar en el poder, la economía alternativa. Cooperativismo, energía, agricultura, solidaridad. No podemos esperar a que el capitalismo se hunda; después de ese hundimiento, salimos nosotros… ¿con qué historia? Ése es el reto de la izquierda.
    Yo sé que ahora llegan las elecciones y todo el mundo se pone nervioso. Por eso el Frente Cívico eso lo tiene clarísimo: pasamos olímpicamente de elecciones a título colectivo. Esto nos va a permitir ver las cosas con mayor serenidad. Y la prisa que hay en una parte de la izquierda es un frenesí que algún día se va a pagar, porque hoy lo que hace falta es unidad, pero unidad en torno a un programa. Vamos, que estas elecciones me importan un bledo.
 
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   Esta apelación a la unidad, que es una reivindicación clásica, no parece tener mucha traslación en la realidad, habida cuenta de la divergencia programática entre los diferentes proyectos.
Pasa como con cualquier verdad política o religiosa: que una cosa es la predicación de la misma y otra la realidad. A lo largo de mi vida he visto muchas divisiones que se han hecho en nombre de la unidad. En política, pero muchísimo más en la izquierda, el ego está disparado. Somos una especie de personas que creemos que nuestra opinión es el centro del universo. Y cuando yo hago un pequeño manifiesto, ésa es la verdad revelada. Y cuando otro hace otro, enseguida forma otro clan. ¿Por qué? ¿Es algo congénito de la izquierda? No. Es algo congénito a la mediocridad y la medianía. Porque un genio de la política, como un tal Vladimir Ílich [Lenin], pasaba de esas cosas olímpicamente. ¿Y sabe usted de qué hablaba Lenin? De programa, de proyecto.
 
    Tanto el Frente Cívico como las asambleas ciudadanas y otros movimientos políticos plantean una toma de los círculos de poder desde fuera del sistema de partidos. ¿Es viable en España esta manera de llegar al poder sin pasar por las instituciones?
   Si nos montáramos en una máquina del tiempo, veríamos que la Constitución del 78, entre otros muchos errores, tiene uno muy gordo: el que afirma que los partidos políticos constituyen el vehículo de formación de la opinión pública. Eso es un error. El sujeto político es el ciudadano o la ciudadana, no el partido político. ¿Deben existir? Por supuesto. ¿Pero cuál es el papel que yo les atribuyo? Yo pertenezco a un partido político [PCE] que, en su origen, radicó su filosofía en el marxismo; era una cosmovisión, tenía sus interpretaciones de la historia, aspiraba a un tipo de sociedad… Éramos un corpus teórico y práctico, una cosmovisión. Ahí los partidos tienen un lugar extraordinario, único.
Lo que pasa es que los partidos hoy se han transformado en máquinas electorales, y ése es el mal. ¿Cuáles son los sujetos de la transformación política? Los partidos que cambien y esa inmensa cantidad de gente, dispersa y dividida, que está tanteando cómo se organiza, ése va a ser el nuevo sujeto revolucionario. Ese sujeto, cuando tome conciencia, que es a lo que yo llamo el precariado, ésos que viven mal, ésos que no tienen trabajo, cuando sean conscientes… No va a ser la clase obrera, vamos a hablar las cosas claras. Ese precariado y el mundo de la inteligencia —sin saber no hay revolución, toda esa parte de la izquierda que desprecia el saber es contrarrevolucionaria—  son los que yo creo que deben ser nuevos sujetos políticos. Pero hoy usted observa que la inquietud de todas las fuerzas políticas es la campaña electoral. Y termina la campaña electoral y ya están preparando la siguiente. Se han transformado en eso.
 
¿Cree que hay cierto inmovilismo político en el seno del PCE?
¿Inmovilismo político?
 
Usted llegó a decir en algún momento que IU “murió de ella misma”…
    Sí, pero eso es cainismo, no inmovilismo. Lo que pasa es que en el seno del Partido Comunista de España había distintas corrientes, como las hay en otros sitios, que desembocan en dos líneas de pensamiento. Una, que se formaran siempre alianzas con el Partido Socialista. Y otra, buscar alianzas con la sociedad para generar proyectos alternativos. Ahí está la línea de IU. Estas dos almas han estado siempre enfrentadas, una ha podido más que la otra y aquí lo estamos viendo. Donde se incluyen también los sindicatos.
      El PCE, por otra parte, es un partido que en su historia, aparte de la lucha contra Franco, se enfrentó a la Unión Soviética, cosa que no hizo ningún otro partido, ni siquiera socialista. No sé si saben ustedes, pero yo que tengo buena memoria sí, que cuando la matanza de la plaza de Tian’anmen, el único partido que criticó a China fue el PCE, que no el Partido Socialista. Por lo tanto, cuando hablan de involución del PCE, yo tiro de historia y no. Ahora, que el PCE ha cometido muchos errores, obviamente: la Transición, pues claro. Que ahora mismo se encuentra en una situación un tanto desmadejada, evidentemente. Pero cuando nos preguntan por nuestra historia, yo digo que sí, cometimos errores, pero tenemos una hoja de servicios bastante brillante.
 
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   ¿Fue la Transición una gran estafa?
      La Transición fue lo que yo he llamado en documentos —y la cosa ha llegado a cuajar— la segunda Restauración borbónica. Era la repetición del pacto de Cánovas y Sagasta ante el cadáver del rey Alfonso XII y teniendo delante a María Cristina. La Transición fue cómo todo cambia para que nadie cambie. Y, efectivamente, cambiaron unas pocas cositas. Pero el poder económico y social del franquismo se bañó en el Jordán de la democracia y pasó limpito a la otra orilla. Y en esa Transición todos, incluido el PCE —yo creo que es uno de sus fallos—, creyeron que con las libertades ya se había acabado todo y habíamos llegado a la Jerusalén celeste, a la tierra prometida. Eso es un disparate. Ése fue uno de nuestros fallos, sobre el cual nos hicimos la autocrítica siendo yo secretario general, cosa que no apareció en los medios de comunicación.
 
¿Fue el Eurocomunismo un proceso similar a la derechización de la socialdemocracia en los noventa?
   Usted se ha contestado. Hay un proceso que en la socialdemocracia se manifiesta en el Congreso de Bad Godesberg, en donde la socialdemocracia alemana, en torno al año 1959, no solamente es que abandone el marxismo —cuestión que podíamos discutir— sino que entiende que no hay opción alternativa al sistema capitalista. Y que solamente se puede aspirar a limar sus aristas. Ese proceso no sólo afecta a la socialdemocracia.  Afecta a los partidos comunistas de occidente y de oriente. Porque el gran público ha creído que el Partido Comunista de la Unión Soviética o el Partido Comunista Chino eran inmunes a esos cambios. Ni mucho menos. En el 88, años antes de que tuviera lugar la desaparición de la Unión Soviética, yo pude comprobar en Moscú, en un debate en el seno del Partido Comunista de la Unión Soviética, cómo aquellos hombres y mujeres ya habían abandonado sus ideas. Soy testigo. Y todo lo que se ha puesto en marcha en nombre del Partido Comunista Chino no tiene nada que ver con el comunismo, en absoluto.
   Luego ese mal no solamente ha atravesado a los partidos socialdemócratas, que eso está clarísimo, eso de que el Partido Socialista pueda ser de izquierdas… También ha pillado a los partidos comunistas en mayor o menor grado. ¿Qué hizo el Partido Comunista Italiano? Se hizo el harakiri, pensando que ellos iban a ganar las elecciones e iban a cambiar el mundo. Error. Confundieron gobierno y poder. Lo importante es que gobierno y poder sean dos cosas que se unan, pero mientras estén separadas quien gobierna de verdad es el poder, no el gobierno.
 
¿Se siente responsable del desapego hacia los políticos?
     Hombre, tengo mi parte, pero muy poquita, ¿sabe usted? Las cosas como son, muy poquita. Porque claro, un individuo como yo, que ha criticado las elecciones y que ha dicho que la mejor elección es trabajar todos los días; que ha propuesto que no haya tanto dinero gastado en campañas mientras hay medios de comunicación a los cuales se les paga, o medios del Estado; un señor que he sido el anti líder, que no se ha hecho fotografías con nadie, que no ha firmado autógrafos y que ha sido —como he dicho alguna vez— el sacerdote traidor de la casta, pues tengo mi culpa, pero muy poquita, de verdad, muy poquita.

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