J. Cerero / G. Verdugo | Un cuarto de siglo después
de haber ganado sus primeras elecciones, con las que abrió sus dos
legislaturas como alcalde de Córdoba, Julio Anguita continúa en la línea
de fuego de la política dentro del Frente Cívico Somos Mayoría. El viernes,
21 de febrero, acudió a la Facultad de Comunicación de la Universidad de
Sevilla a ofrecer una charla en la que ofreció alternativas a la crisis
y la situación de España.
¿Tiene la sensación de que últimamente le dan más la razón, ahora que muchas cosas se ven a toro pasado?
A mí me han dicho mesiánico y lunático y ahora me llaman
profeta. ¿Qué ha ocurrido entre una etapa y otra? Yo puedo decir que he
tenido trabajando conmigo al mejor equipo económico que ha habido nunca
en España: Juan Francisco Martín Seco, interventor general del Estado;
Pedro Montes o Jesús Albarracín, jefe de inspección del Banco de España;
Juan Torres, catedrático de Economía… Un equipo que en los años 90
trabajaba en Izquierda Unida, con mayor o menor grado de militancia, y
que cuando llegaba un problema o una propuesta tenían la manía de
estudiarlo. Y cuando reciben los materiales que vienen de Europa se dan
cuenta de que están ante un engaño, ante una estafa. Tanto el Tratado de
Maastricht como el euro han sido una auténtica estafa. Y aquellos
hombres y mujeres llegamos a una conclusión: no podemos apoyar este
disparate. Y votamos en contra, con divisiones internas. El tiempo nos
ha dado la razón, sí, pero se la ha dado al estudio, porque uno de los
problemas de la política actual es que no se estudia ni se lee ni se
quiere saber.
Por lo general, con excepciones dignísimas, el político
recibe por la mañana un listado de titulares de los medios de
comunicación, los despacha, ustedes [señalando a los periodistas] les
hacen preguntas y ellos responden con titulares. Y en política se está
para estudiar, y para pensar. Al político se le paga para que reflexione
y que después explique el producto de su elaboración. Entonces
llevábamos razón, pero la moda no era ésa, y los medios de entonces eran
la voz de su amo. Todos.
¿Qué panorama le augura a las iniciativas políticas de izquierdas de cara a las elecciones europeas?
Me va a perdonar, y espero que lo pueda explicar, pero a mí
lo de las elecciones europeas, francamente, me da exactamente igual. No
pierdo ni cinco minutos de mi tiempo en esa historia. ¿Por qué? Porque
ahí no se va a solucionar nada. Dirán ustedes: pero eso marca tendencia,
indica por dónde va la cosa… Que no. El problema de la izquierda es si
es capaz de construir un proyecto alternativo ya. No podemos vivir
criticando las barbaridades del capital, sino que tenemos que empezar a
construir, sin estar en el poder, la economía alternativa.
Cooperativismo, energía, agricultura, solidaridad. No podemos esperar a
que el capitalismo se hunda; después de ese hundimiento, salimos
nosotros… ¿con qué historia? Ése es el reto de la izquierda.
Yo sé que ahora llegan las elecciones y todo el mundo se
pone nervioso. Por eso el Frente Cívico eso lo tiene clarísimo: pasamos
olímpicamente de elecciones a título colectivo. Esto nos va a permitir
ver las cosas con mayor serenidad. Y la prisa que hay en una parte de la
izquierda es un frenesí que algún día se va a pagar, porque hoy lo que
hace falta es unidad, pero unidad en torno a un programa. Vamos, que
estas elecciones me importan un bledo.
Esta apelación a la unidad, que es una
reivindicación clásica, no parece tener mucha traslación en la realidad,
habida cuenta de la divergencia programática entre los diferentes
proyectos.
Pasa como con cualquier verdad política o religiosa: que
una cosa es la predicación de la misma y otra la realidad. A lo largo de
mi vida he visto muchas divisiones que se han hecho en nombre de la
unidad. En política, pero muchísimo más en la izquierda, el ego está
disparado. Somos una especie de personas que creemos que nuestra opinión
es el centro del universo. Y cuando yo hago un pequeño manifiesto, ésa
es la verdad revelada. Y cuando otro hace otro, enseguida forma otro
clan. ¿Por qué? ¿Es algo congénito de la izquierda? No. Es algo
congénito a la mediocridad y la medianía. Porque un genio de la
política, como un tal Vladimir Ílich [Lenin], pasaba de esas cosas
olímpicamente. ¿Y sabe usted de qué hablaba Lenin? De programa, de
proyecto.
Tanto el Frente Cívico como las asambleas
ciudadanas y otros movimientos políticos plantean una toma de los
círculos de poder desde fuera del sistema de partidos. ¿Es viable en
España esta manera de llegar al poder sin pasar por las instituciones?
Si nos montáramos en una máquina del tiempo, veríamos que
la Constitución del 78, entre otros muchos errores, tiene uno muy gordo:
el que afirma que los partidos políticos constituyen el vehículo de
formación de la opinión pública. Eso es un error. El sujeto político es
el ciudadano o la ciudadana, no el partido político. ¿Deben existir? Por
supuesto. ¿Pero cuál es el papel que yo les atribuyo? Yo pertenezco a
un partido político [PCE] que, en su origen, radicó su filosofía en el
marxismo; era una cosmovisión, tenía sus interpretaciones de la
historia, aspiraba a un tipo de sociedad… Éramos un corpus teórico y
práctico, una cosmovisión. Ahí los partidos tienen un lugar
extraordinario, único.
Lo que pasa es que los partidos hoy se han transformado en
máquinas electorales, y ése es el mal. ¿Cuáles son los sujetos de la
transformación política? Los partidos que cambien y esa inmensa cantidad
de gente, dispersa y dividida, que está tanteando cómo se organiza, ése
va a ser el nuevo sujeto revolucionario. Ese sujeto, cuando tome
conciencia, que es a lo que yo llamo el precariado, ésos que viven mal,
ésos que no tienen trabajo, cuando sean conscientes… No va a ser la
clase obrera, vamos a hablar las cosas claras. Ese precariado y el mundo
de la inteligencia —sin saber no hay revolución, toda esa parte de la
izquierda que desprecia el saber es contrarrevolucionaria— son los que
yo creo que deben ser nuevos sujetos políticos. Pero hoy usted observa
que la inquietud de todas las fuerzas políticas es la campaña electoral.
Y termina la campaña electoral y ya están preparando la siguiente. Se
han transformado en eso.
¿Cree que hay cierto inmovilismo político en el seno del PCE?
¿Inmovilismo político?
Usted llegó a decir en algún momento que IU “murió de ella misma”…
Sí, pero eso es cainismo, no inmovilismo. Lo que pasa es
que en el seno del Partido Comunista de España había distintas
corrientes, como las hay en otros sitios, que desembocan en dos líneas
de pensamiento. Una, que se formaran siempre alianzas con el Partido
Socialista. Y otra, buscar alianzas con la sociedad para generar
proyectos alternativos. Ahí está la línea de IU. Estas dos almas han
estado siempre enfrentadas, una ha podido más que la otra y aquí lo
estamos viendo. Donde se incluyen también los sindicatos.
El PCE, por otra parte, es un partido que en su historia,
aparte de la lucha contra Franco, se enfrentó a la Unión Soviética, cosa
que no hizo ningún otro partido, ni siquiera socialista. No sé si saben
ustedes, pero yo que tengo buena memoria sí, que cuando la matanza de
la plaza de Tian’anmen, el único partido que criticó a China fue el PCE,
que no el Partido Socialista. Por lo tanto, cuando hablan de involución
del PCE, yo tiro de historia y no. Ahora, que el PCE ha cometido muchos
errores, obviamente: la Transición, pues claro. Que ahora mismo se
encuentra en una situación un tanto desmadejada, evidentemente. Pero
cuando nos preguntan por nuestra historia, yo digo que sí, cometimos
errores, pero tenemos una hoja de servicios bastante brillante.
¿Fue la Transición una gran estafa?
La Transición fue lo que yo he llamado en documentos —y la
cosa ha llegado a cuajar— la segunda Restauración borbónica. Era la
repetición del pacto de Cánovas y Sagasta ante el cadáver del rey
Alfonso XII y teniendo delante a María Cristina. La Transición fue cómo
todo cambia para que nadie cambie. Y, efectivamente, cambiaron unas
pocas cositas. Pero el poder económico y social del franquismo se bañó
en el Jordán de la democracia y pasó limpito a la otra orilla. Y en esa
Transición todos, incluido el PCE —yo creo que es uno de sus fallos—,
creyeron que con las libertades ya se había acabado todo y habíamos
llegado a la Jerusalén celeste, a la tierra prometida. Eso es un
disparate. Ése fue uno de nuestros fallos, sobre el cual nos hicimos la
autocrítica siendo yo secretario general, cosa que no apareció en los
medios de comunicación.
¿Fue el Eurocomunismo un proceso similar a la derechización de la socialdemocracia en los noventa?
Usted se ha contestado. Hay un proceso que en la
socialdemocracia se manifiesta en el Congreso de Bad Godesberg, en donde
la socialdemocracia alemana, en torno al año 1959, no solamente es que
abandone el marxismo —cuestión que podíamos discutir— sino que entiende
que no hay opción alternativa al sistema capitalista. Y que solamente se
puede aspirar a limar sus aristas. Ese proceso no sólo afecta a la
socialdemocracia. Afecta a los partidos comunistas de occidente y de
oriente. Porque el gran público ha creído que el Partido Comunista de la
Unión Soviética o el Partido Comunista Chino eran inmunes a esos
cambios. Ni mucho menos. En el 88, años antes de que tuviera lugar la
desaparición de la Unión Soviética, yo pude comprobar en Moscú, en un
debate en el seno del Partido Comunista de la Unión Soviética, cómo
aquellos hombres y mujeres ya habían abandonado sus ideas. Soy testigo. Y
todo lo que se ha puesto en marcha en nombre del Partido Comunista
Chino no tiene nada que ver con el comunismo, en absoluto.
Luego ese mal no solamente ha atravesado a los partidos
socialdemócratas, que eso está clarísimo, eso de que el Partido
Socialista pueda ser de izquierdas… También ha pillado a los partidos
comunistas en mayor o menor grado. ¿Qué hizo el Partido Comunista
Italiano? Se hizo el harakiri, pensando que ellos iban a ganar las
elecciones e iban a cambiar el mundo. Error. Confundieron gobierno y
poder. Lo importante es que gobierno y poder sean dos cosas que se unan,
pero mientras estén separadas quien gobierna de verdad es el poder, no
el gobierno.
¿Se siente responsable del desapego hacia los políticos?
Hombre, tengo mi parte, pero muy poquita, ¿sabe usted? Las
cosas como son, muy poquita. Porque claro, un individuo como yo, que ha
criticado las elecciones y que ha dicho que la mejor elección es
trabajar todos los días; que ha propuesto que no haya tanto dinero
gastado en campañas mientras hay medios de comunicación a los cuales se
les paga, o medios del Estado; un señor que he sido el anti líder, que
no se ha hecho fotografías con nadie, que no ha firmado autógrafos y que
ha sido —como he dicho alguna vez— el sacerdote traidor de la casta,
pues tengo mi culpa, pero muy poquita, de verdad, muy poquita.
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