Como tantos años, los actos oficiales que conmemoran el aniversario del texto constitucional de 1978 quedarán circunscritos a cuatro aburridos en los que apenas se puede disimular la vacuidad del acontecimiento.
La Constitución, hija de un consenso entre desiguales en poder,
dominio de los aparatos de Estado y apoyo exterior, es al día de hoy un
texto olvidado, cuando no vulnerado por el poder y su acólito, el
Gobierno. Ya en su día Miguel Roca, uno de los padres de la
Constitución, confesó que los artículos que hacían referencia a una
economía al servicio de la mayoría eran papel mojado porque cuando se
redactaron la Revolución de los Claveles era una realidad inquietante;
pero pasado el peligro debía imponerse la sensatez.
Desde los Pactos de la Moncloa y posteriormente el Tratado de Maastricht el proceso de política económica no ha sido otra cosa que contradecir artículos e incluso Títulos enteros del documento constitucional.
El marco jurídico del sistema económico fijado por la Constitución ha
sido desplazado por una regulación neoliberal que además no cuenta con
el respaldo de una Constitución Europea que se erigiera en Carta Magna
de la UE.
La política de los hechos consumados se ha impuesto de la mano de
organismos y sedes de poder carentes de respaldo democrático. Cuenta la
leyenda portuguesa que el Infante Pedro de Portugal (1320- 1367) tuvo
como amante a la dama gallega Inés de Castro. Pero no pudo impedir el
asesinato de aquella por parte de la nobleza lusa. Cuando fue coronado
Rey mandó desenterrar el cadáver y tras colocarlo en el trono, obligó a
los nobles a hincar la rodilla cual si estuvieran ante una reina.
Inés de Castro tuvo los honores propios de un rango que nunca pudo conseguir. La
Constitución es sentada cada año en un sitial de oropel ante un
colectivo de poderes económicos y políticos que ya no cree en ella. Salvo para engañar y engañarse.
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