Julio Anguita
Durante el reinado de la señora Thatcher se puso en circulación por
parte de los defensores del neoliberalismo una sentencia que dio lugar
al acrónimo que da título a este artículo: There is not
alternative (No hay alternativa).
La expresión sentenciaba de una manera drástica lo que entendía como
carencia de propuesta contradictoria y viable por parte de quienes
disentían con palabras y obras de la política de la primera ministra.
Tras las experiencias posteriores de gobiernos considerados de
izquierda (la última con Hollande) no podemos dejar de tomar en serio el
discurso de la T.IN.A. ¿Por qué? El neoliberalismo es algo más que una
política económica, es una cosmovisión con sus valores, sus principios
rectores, sus conductas sociales e imaginarios colectivos.
La mayoría de los agentes económicos, sociales y políticos no pone en duda que el crecimiento económico es la condición sine qua non para
crear empleo y crecimiento. El proyecto europeo, según Maastricht,
sigue siendo el marco en el que la cariátide derecha y la cariátide
izquierda del mismo se mueven. Así es imposible hablar de alternativa;
tal vez de alternancia.
Y lo mismo ocurre cuando hablamos de la moneda única, la deuda o
cualquier otro de los contenidos intangibles del citado proyecto. La
crisis del sistema nos sitúa ante la elección alternativa. Pero esa
alternativa necesita de tres pilares: giro copernicano en la economía y
apoyo social, político y cultural masivos.
Ese giro se fundamenta en dos postulados no negociables; el primero
consiste en supeditar la ciencia económica a la consecución de los DDHH;
es decir hacer de la Economía una ciencia de medios y nunca de fines.
El segundo hacer de la austeridad una concepción alternativa de calidad
de vida. Y como acción de Gobierno inmediata, poner en marcha políticas
de reparto sin esperar al crecimiento que, por otra parte, debe ser
cuestionado en su asimilación unívoca al incremento del PIB.
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