23 AÑOS ANTES QUE OWELL ESCRIBIERA REBELIÓN EN LA GRAJA
MARGARITA A PUERCOS
Los señores puercos no podían más. Aquello era no vivir. Todos los habitantes del cortijo la habían tomado con ellos desde que una orden del rey prohibió que no se les sacrificase durante algunos años, á fin de que el stock nacional de tan substanciosos animales alcanzase la cifra que daba derecho preferente de exportación, para por tal causa aspirar al protectorado en las regiones que profesan el Islamismo, á las cuales varios Estados se habían impuesto la misión de civilizar, empezando por desarraigar de ollas las prácticas religiosas, una de cuyas máximas prohibida, como todos sabemos, comer puerco.
Desde aquel instante estos cachazudos animales, lejos de haber realizado su aspiración en punto a longevidad, se vieron perturbados en su plácido existir de un modo intransigente y, por último, violento.
Todos, absolutamente todos los bichos de dos y cuatro patas que constituían la colonia cortijera sentíase molestos y ofendidos por el caso insólito que daba derecho á una vida larga á aquellos holgazanes que, tras no servir para nada, consumiendo, en cambio, como unos glotones empedernidos, se pasaban la vida cometiendo tropelías, autorizados por su impunidad y refocilándose con todo cuanto apetecían, sin respetar derecho ni conciencia. A tanto llegaron los abusos, que no se limitaron cuantos les odiaban por ellos á mirarles de reojo y á zaherirles irónicos, según ocurrió al principio de su encumbramiento, sino que se convocó una reunión nocturna para tomar el acuerdo que la dignidad de los explotados exigía.
Hasta las aves se sumaron á la asamblea, a pesar de que las gallinas, pavas y palomas son de suyo pacíficas y displicentes. Eso de que ellas pusieran diariamente y con toda formalidad, los huevos que les daban derecho á su manutención, mientras los señores puercos, sin trabajar, se relamiesen, tirados á la bartola un día y otro, no podía consentirse.
Había que tomar una determinación para concluir con aquel estado de cosas.
El que no trabaja no tiene derecho a la vida, dijo el gallo lanzando su quiquiriquí de tenor, que hizo santiguarse á la moza que aliñaba la olla para los segadores.
Por allí se cree, supersticiosamente, que cuando el gallo canta de noche antes de las doce anuncia algún acontecimiento en que el diablo anda metido.
Lo mejor será sindicarnos, dijo un pavo inteligente y reflexivo que sabía de letra desde que cierto día se engulló, entre los granos de maíz, unos trocitos de papel impreso que se habían adherido, a fuerza de humedad, en la bodega de un barco, a las gramíneas importadas de lejanas tierras, a despecho de las murallas de papel, con tarifas arancelarias, que se les habían echado encima para impedirles el paso.
¡Claro es! Con tanto papel a cuestas llegaron los piensos a aquel cortijo abarrotados de erudición, que de tal modo penetró en las semillas vírgenes de cultura, cabezas de gallináceas y bestias de labor.
Lo mejor será que vosotros os pongáis al frente de este movimiento defensivo de cuántos somos explotados, dijeron los machos cabríos. Organizados y dispuestos a todo, acabaremos con estas desigualdades irritantes.
Dicho y hecho. Aquellos simpáticos y valientes trabajadores acordaron no darse punto de reposo hasta exterminar a la clase ociosa, detentadora del bienestar público y privado.
Empezó el asedio por la destrucción de las cubetas y dornajos, este nombre se da en Andalucía á los lebrillos de madera que sirven para condumio caldoso. Así no podrían saborear aquellos sinvergüenzas de puercos sus platos favoritos.
Qué se fastidien!, dijo una paloma que no podía ver aquellos comistrajos nadando en grasa y agua. Siquiera cuando les daban castañas, bellotas ó cosa parecida ella podía picotear y sisarles algo a aquellos horrorosos gandules y eso entraba de lleno en la doctrina “comunista”.
El desastre fue perpetrado con el Comité revolucionario al frente. No quedó en la cochiquera títere con cabeza. Al estropicio acudió el cortijero, que no podía explicarse aquel desafuero sino es creyéndole que á todos los animales se les había declarado rabia fulminante.
Embistiendo como locos, después de las trompadas á los adminículos destinados á la pitanza de sus odiados explotadores, saltaron sobre ellos y a este quiero, á este no quiero, cornada va y cabezada viene, los pusieron en vergonzosa huida, haciéndoles el miedo saltar las tapias del corral y salir de estampía por aquellas veredas serranas, nunca hasta entonces holladas por los cuadrúpedos holgazanes, causa del catastrófico acontecimiento.
El cortijero, no sabiendo a quién acudir, pidió consejo á su mujer y ésta, a la moza, que, recordando los quiquiriquí lanzados por el gallo a horas de mal agüero, dígales que aquello no era natural y así lo mejor sería avisar lo ocurrido al amo.
El propio cortijero aparejó su burra y marchó al pueblo en demanda de una resolución adecuada al caso. Entretanto las dos mujeres procurarían averiguar el origen de aquel trastorno.
Aquí no pone nadie, oyeron decir al gallo, dirigiéndose á las gallinas, ocas, pavas y palomas. Mientras exista en el cortijo un solo animal que no produzca, nadie ha de producir. Igualdad, libertad, fraternidad. Esta es nuestra divisa.
Boicoteados los dueños de este cortijo, ó sea sin productos, que nosotros no les fabricaremos, comprenderán nuestras aspiraciones y si no nos dan oídos, peor para ellos.
Se acabaron los huevos; se acabó la leche, dijo un macho y en cuanto á esos mostrencos de cortijeros, no hay sino es darles un susto parecido al de sus protegidos y saldrán de espetaperros como ellos.
¿Susto?... Es eso de asustar á las autoridades con mando es muy peligroso, dijo un mulo que se las daba de filosofo.
¡Qué va! Nada de eso. Las autoridades han venido muy á menos desde que el amo, por economías, suprimió los cartuchos y por consiguiente, el uso de escopeta al cortijero.
Bueno; pues por nosotros que no quede. ¿A quién hay que matar de un susto ahora?
A todos esos protectores de la vil ralea que nos esquilma, dijo una linda gallina muy versada en echar discursos, pues recién llegada de su país, en donde la cultura femenina culmina en el ápice, quería demostrar su aptitud de parlamentaria.
Eso está muy bien. Que no coman tampoco dijeron á una todos los gansos, ya que sólo sirven para amparar estas irritantes injusticias que comete la clase ociosa. Si no hubiera quien cuidase la cochiquera y les diera de comer á esos puercos mal nacidos, que son los que lo transforman todo, no se creerían ellos con más derecho disfrutar de la vida.
Entremos en la cocina y echemos a rodar las cacerolas y pucheros para que la cena se vierta por el suelo, apuntó un mastín harto de no probar en su vida más que torta, único alimento de los pastores.
¡Bravo!, ladró toda la jauría, ¡Abajo las subsistencias!
Ya era hora de que alguien dijera algo razonable y práctico, baló una prudente ovejita.
Y que lo digas, gorjeó el canario dentro de su jaula; á mí no me ponen más que alpiste, porque dice el ama que hasta la escarola está por las nubes...Cállate tú, vil esclavo, que aún cantas para distraer á los que te aprisionan, saltó la gallina de marras, acreditando de nuevo sus dotes parlamentarias.
Que no hablen las féminas, dijo una codorniz macho. Nosotros hemos de hacer una labor apolítica y por lo tanto, sobra el sexo de los charlatanes por excelencia.Acción en destrucción única, dijo un macho cabrío barbudo y montaraz.
Actuemos, se ha dicho. Y decididos, irrumpieron en la cocina, despensa y cámara, arremetiendo con todos los comestibles y bebestibles, ropas y enseres, dejando unos y otros, así como a la cortijera y a la moza, hechos un desastre.
Volver el cortijero y encerrar á los revoltosos, ayudado de unos civiles que por allí pasaron “casualmente”, fue todo uno.
Para conseguir meterlos en cintura, entre garrotazo y pedrada, se les prometió formular una petición al rey para que viese la manera de nivelar, en lo posible, las normas de la vida entre ociosos y productores.
El cortijero, bufando dé rabia, maldita la gana que tenía de convencerles con razonamientos y si no hubiera sido porque el amo quedó en mandarle un aperador de pelo en pecho, allí hace una de pópulo bárbaro, acabando con las cabezas de motín.
Después que encerró á los sublevados huelguistas fue recogiendo á los señores puercos, que, flojos de lo suyo, para pasar trabajos, andaban rondando por allí cerca, con ocasión metedles de nuevo donde tan regalada existencia gozaban.
Al curarlos las heridas y contusiones sufridas vio que faltaban algunos, y entre gruñidos le dijeron que el atentado alevoso había costado la vida á varios de sus compañeros.
¡Adiós!, dijo el cortijero ¡Muertos algunos puercos! ¡Ahora me ahorcan por desobediencia á la orden del rey!
¡Qué disparates dices!, le dijo su mujer ¿Pero te crees tú que el rey toma en serio á estos animales? Eso de mandar puercos al moro lo lía, dispuesto para no hacer un mal papel con las otras naciones; pero el rey lo que querrá será acabar con los puercos y con los moros. ¡Aquí lo que hace falta es un hombre que sepa mandar!, gruñeron los puercos, temerosos de nuevos desmanes v temblando por su vida.
El que está para llegar vale por media docena, dijo el cortijero, que á falta de comida quo no podía darles, porque los huelguistas ni la huerta habían respetado, no dejando con su sabotaje ni una triste berza para un remedio, les quería alimentar la ilusión, ya que no las tripas: nada, con la esperanza de que serían vengados y resarcidos con creces de tantas humillaciones y pesadumbres.
Al día siguiente llegó el aperador, que, aunque no había ejercido semejante cargo en su vida, tenía la mejor voluntad para imponer la suya y gran energía en el desempeño de cuanto le confiaban.
¡A ver! Ante todo, que se atienda á esos señores puercos. Hay que evitar que les ocurra algo que ponga en peligro su vida. Con la mía respondo de la suya.
Pues mire, señor aperador, que puede que al fin le cueste, porque los revoltosos están asociados y según oyeron mi mujer y la moza y según se explicaron, no se conformaban sólo con destruir á los puercos, sino que dispusieron además acabar con cuantos los ayudáramos y defendiésemos.
No importa; he dado mi palabra y sabré cumplirla. El rey y el amo quedarán bien. Los primeros que nos ayudarán y defenderán en nuestra gestión serán los puercos.
Yo que usted no me fiaría de ellos, que son capaces hasta de unirse á los sublevados con tal de fastidiar á la nación, al rey y á usted si no les dejan ustedes campar por sus respetos, porque desde que les hacen caso en la Corte y se ocupan de ellos y se les cuenta y se les mima, están recrecidos y ya no se contentan con nada y todo se les hace poco y más de uno de la piara se tiene la culpa de la ocurrencia que motiva su nombramiento, señor aperador, porque no se conformaban con estarse tranquilos en su sitio, sino se metían por todo el cortijo, lo mismo que en el tinado y en la cuadra, haciendo de las suyas, con lo cual han conseguido hartar á todo bicho viviente.
Si consiste en eso, pronto se remediará con tenerlos á cada uno en su sitio, por separado. Como, según veo, han destrozado los revolucionarios la cochiquera y los bardales del tinado y de la cabreriza, mientras se van remediando todos esos desaguisados, vete metiendo en el jardín á los puercos, ya que es lo único que por no tener su recinto ninguna cosa de provecho alimenticio, ha quedado sin merma ni quebranto. Como, según veo, las tapias son bastante altas, en este sitio estarán seguros y á salvo de nuevos atentados de los revoltosos.
¡En el jardín, no, señor aperador! saltó la cortijera. Si les metemos en tal sitio acabarán con los viveros de flores, que estos animales son muy animales y con tal de hacer daño no reparan en nada.
Si no les ponemos en sitio á cubierto ¡donde!, no podremos sacar de su encierro á los revoltosos, porque de la primera embestida van á concluir con los" puercos que nos quedan. Vayan al jardín, que, después de todo, al rey no le tenemos que guardar flores, sino marranos.
Dicho y hecho; al ver abrirse ante ellos lo único que hasta entonces no habían podido hozar con sus patas y hocicos, irrumpieron en el soleado espacio, reservado para las más lindas flores que en aquel terrenal paraíso llamado Andalucía se dan, perfumando, alegres y lozanas, el alma y los sentidos de cuantos las contemplan.
Hambrientos según iban se lanzaron como fieras sobre los almácigos de claveles, sobre los plantíos de rosas, sobre los lindos arriates de hierbabuena, de alhelíes y de verbena. En un momento quedaron arrasados como por ciclón o plaga de langosta. Las azucenas, heliotropos, nardos y jazmines cayeron en las fauces ansiosas de las insaciables bestias, como si por una maldición celestial hubiesen sido sentenciados á la destrucción inmunda de sus encantos por aquellos que menos merecían aprovecharse de ellos.
Entre tanto el bueno del aperador, acompañado del cortijero, pasó al apartado, donde encerrados estaban los bolcheviques animales, enemigos del orden y la paz cortijera.
Al que salga corriendo, tiro limpio, dijo el cortijero al aperador, porque hay qué evitar la escapatoria de ninguno, que quizá quieran irse por los cortijos de alrededor a pedir ayuda entre otros revolucionarios como ellos.
¡Hombre! Tanto como matarlos, no, no sea caso de que luego el amo se incomode, si le falta, por nuestra determinación, alguna cabeza de ganado.
No tenga reparo en ello, señor aperador, que cuando yo le conté el trastorno que habían armado, me dijo, según la rabia que le dio de oírlo, que acabara con todos si volvían á dar quehacer.
Bueno; pues si es así, arreando se ha dicho.
En efecto: no bien se abrió el portalón de la corralada en donde se tenían prisioneros a los revoltosos, cuando salieron por pies los más audaces, que á pocos pasos de allí cayeron mal heridos por las certeras perdigonadas, deteniendo, con tan contundente procedimiento, la intención de fuga de los que pensaban imitarles.
Detenidos quedaron al ver la fiereza de la represión y dispuestos á parlamentar con sus dictatoriales adversarios.
Igualdad, libertad, fraternidad, cantó vigoroso, con un quiquiriquí en si bemol sobreagudo el gallo pendenciero que siempre llevaba la voz cantante en todas las asambleas conspiradoras.
Ya te daré yo igualdad, con unos granos de arroz, en la sabrosa paella quo nos vamos á almorzar á tu salud, dijo el cortijero, añadiendo para explicar su sentencia al aperador: Este es el que más discursos echaba y calentó con ellos los cascos de la pandilla y después que no sirve más que para chillar y correar tras las gallinas, siempre anda diciendo que los trabajadores tienen que acabar con cuantos no produzcan.
Pues ya se le acabaron los discursos; retuércele el pescuezo y al arroz con él y con sus propagandas. Agachemos las orejas, dijo el mulo filósofo. ¿Veis cómo tenía yo razón? Las autoridades con mando...
Con escopeta dirás, so animal, respondió un perdiguero favorito del amo, que sólo por solidaridad y por miedo á una coz., si se negaba á asociarse con ellos, había entrado en la confabulación ácrata.
Nos sometemos con tal que nos perdonéis lo sucedido y nos pongáis en donde esos ruines de puercos no nos hagan objeto de una venganza cruel.
Todos perdonados, menos el gallo. Ese va a la cazuela, por buenas o por malas.
¡Cuece tranquilo, que serás vengado!, dijo suspirando una de las veintitantas gallinas de su harén, discípula aprovechada de la parlamentaria; pondremos los huevos completamente "in-ajro-distacos.
Cada uno á su obligación y que no se os olvide, ¿eh? A los cerdos se les respeta porque yo lo mando y no trabajan y engordan y no se hace matanza de ellos porque el amo lo manda y al primero que tuerza el gesto ó murmure se lo quita de en medio y pax ehristi, y vamos á la mesa, que ya nos hemos ganado bien las gracias de real orden.
Yo no las tengo todas conmigo, señor aperador, que conozco de sobra á los puercos y á esos avechuchos revolucionarios y al amo y no digo al rey porque nunca le he visto pero me figuro que esto no va á quedar así como así.
No te entiendo... Ni tú tampoco, me parece. ¿Pues qué más hemos podido hacer en menos tiempo?
Ya verá, ya verá, en cuando el amo asome por aquí, cada uno le contará las cosas á su manera y vaya usted á saber á quién vendrá á darle la razón, que, al fin y al cabo, a nosotros nos puede substituir con otros y no le importa el quedar bien ó mal si con quitarnos el mando ve que se le amansan sus rebaños y sus mulos y sus perros de guarda y sobre todo, sus amados gorrinos, a quienes cuida más que a las alas de su corazón.
Hombre: esos serán los que sacarán la cara por nosotros, porque el escarmiento que hemos hecho con sus perseguidores bien merece su agradecimiento y aunque marranos, no serán tan marranos como tú supones.
De los puercos no espere gran cosa y créeme a mí que por defenderlos á ellos y á la ley de exportación cordera nosotros vamos á quedar mal con unos y con otros.
Pues mira: por sí ó por no, yo me marcho ahora mismo á ver al amo, que no tengo genio para que me hagan cosquillas las desazones presuntas. Le devuelvo el nombramiento con que me ha favorecido y de insistir en que yo siga desempeñando este puesto, ha de ser dejándome á mí manejar este cotarro á mis anchas y bajo mi responsabilidad.
Pues mire, señor aperador, que me parece que no se tiene que molestar en ir á buscarle. Por aquel altozano veo venir, como hacia aquí, un bulto que si hacia aquí viene, no puede ser más que alguno de pueblo con recado del amo, si no es que es el amo mismo en persona.
Mejor; así voy á salir de las dudas que tú me has sugerido. Delante de mí se explicarán todos los interesados y á ver en qué quedamos. ¿Cuántos cerdos han matado los revoltosos? preguntó el amo apenas echó pie á tierra. Unos cuantos y otros perniquebrados y contusos; pero ya están en lugar seguro. Los he metido en el jardín... ¡Qué disparate! ¿Y las flores? No había otro sitio en condiciones de seguridad..., y yo creí...Usted no tiene que creer nada, sino adivinarme.
¿Y los revoltosos? Sometidos y más suaves que una seda, con el escarmiento. ¿Escarmiento? ¡Claro! Me dijo usted, señor amo, que... duro con ellos y... pues... si no disparamos nos arrollan y se escapan todos. ¿A tiros con mis ganados? ¿A tiros con mis animales? ¡Esto es una ignominia, una barbaridad!...Usted me lo dijo, señor amo siguió arguyendo el cortijero.
Calla, insolente y quítate de mi vista. ¿Lo ve usted, señor aperador? Mismamente y tal y conforme yo le advertí, que así paga el diablo á quien bien le sirve y si aún tiene alguna confianza con el agradecimiento de los que ha defendido usted, ó sea de los puercos, no hay sino soltarles y ya verá los miramientos que le guardan.
La piara entera, que el porquero había ido á buscar para mostrársela al amo, con las bajas acaecidas, vino hacia ellos como una tromba, derribando, en su atroz embestida, lo mismo á los servidores que al amo.
Los cerdos no reconocen categorías sociales, ni entienden de gratitud. Es en lo único que se parecen a los hombres.
Regina Lamo de O´Neill
Publicado por la revista La Esfera en 1923